Con fundamento: ¿Hasta cuándo esperamos?

Por: Bernardo Moncada Cárdenas…

El  viene, viene, viene siempre, / en cada instante y en cada edad, / todos los días y todas las noches. / El viene, viene, viene siempre, / en los días fragantes del soleado abril, /en la oscura angustia lluviosa de las noches de julio. / El viene, viene, viene siempre”. (Rabindranath Tagore)

El reciente domingo 3 la cristiandad en el mundo celebró el inicio del Tiempo de Adviento. La denominación de éste significa “venida”, y –aunque ingenuamente las gentes se lanzan a vivir la Navidad apenas llega diciembre- es un período fuerte previo al 25 del mes, cuando en realidad se celebra solemnemente la Natividad de Jesús.

El Adviento coincide con la Januká judía la cual, como el Tiempo cristiano. Se celebra con luz de velas en casas y templos. Pocos entre nosotros saben que Januká conmemora un hecho milagroso en la epopeya Bíblica del pueblo hebreo: No hay dudas sobre la dominación griega sobre Israel en el siglo II Antes de Cristo. Cerca del año 150,  las tensiones religiosas entre invasores y judíos estallaron y llevaron a una gran rebelión (Macabeos), Contra todas las probabilidades, el diminuto ejército guerrillero de los macabeos venció al profesional, más grande y mejor equipado ejército griego. Luego de tres años de batalla, Jerusalén fue liberada. El templo, que había sido profanado, fue limpiado y dedicado nuevamente a Dios. Fue durante este periodo de limpieza y re-dedicación del Templo que ocurrió el milagro de Janucá. Después que los griegos habían mancillado y tomado el aceite para la luz del templo, un pequeño frasco de aceite resguardado por el Sumo Sacerdote para encender el candelabro del Templo, suficiente tan sólo para un día, milagrosamente duró ocho. Conmemora tiempos entonces heroicos, marcados por ese prodigio. Januká significa en el fondo la inspiración y el ímpetu que por fortaleza espiritual posibilitó un hecho político: la victoria de la fe del Pueblo Hebreo sobre la prepotencia y opresión de los opresores paganos.

El Adviento tampoco tiene un significado exclusivamente espiritual. Como todo gesto brotado de la Encarnación del Hijo de Dios, necesita ser relacionado con la realidad que vivimos. Es tiempo de esperanza y espera; dos actitudes que nuestro pueblo (e incluyo aquí toda la Nación, sin distingo de nivel de ingreso) necesitan urgentemente. Son cuatro semanas para recordar que viene el Redentor: memoria de Su primera venida, como el recién nacido de un par de humildes campesinos, llegado en adversidad de condiciones, inconcebible gesto que el Amor de Dios cumple al venir a compartir la condición humana, entre Su pueblo sojuzgado y empobrecido por la hegemonía romana, para traer al hombre la salvación con su enseñanza vital y su supremo sacrificio; anuncio de que Él sigue viniendo en cotidianidad y vendrá en Majestad. Esperamos también Su mensaje y Su presencia en el día a día. ¡Esperamos!

Ahora en Venezuela, el síndrome del acostumbrado consumismo navideño nos tortura y distrae nuestra atención. Viene el Niño y vendrá Cristo ¿Preferimos albergar desesperanza y resentimiento? ¿O podemos por un momento centrarnos en lo fundamental, en llevar, con actitud de Adviento, a nuestra familia y nuestro entorno un poco de esperanza, en medio de las presentes dificultades, en socorrer de algún modo a  los descartados de hoy: ancianos y niños abandonados, gente sin trabajo, enfermos, prisioneros? Pues “en la segunda venida Él nos examinará del amor”. Vivir entonces la espera en esperanza, y actuar en consecuencia. No es tiempo para el desánimo, los dramas de haber perdido familiares que parten a otros países o se nos han adelantado en el camino a Dios, la contrariedad de ver pocos avances en el camino a un país mejor, consciente, trabajador y próspero, como queremos, requieren una actitud menos fatalista, positiva.

En nuestra ciudad y nuestro estado no estamos tan bien como deberíamos, pero es innegable que hemos avanzado. Lo hicimos ya cuando nos libramos de la ilusión populista y el fantasma del “Socialismo del Siglo XXI”. Ha quedado plasmado en sucesivos y exitosos resultados electorales, que en medio de la terrible crisis del país hacen diferencia en nuestra situación día a día, somos todavía y de nuevo un oasis. Hablo de una “esperanza contra toda esperanza”, pero no es esperanza infundada. El Adviento nos llama, entonces, a sacar fuerzas de flaqueza, no desanimarnos y prepararnos para actuar, para participar con valentía y sentido del deber en el devenir de la historia, cualquiera sea el escenario por modesto que parezca. La liturgia de Adviento nos recuerda lo que los profetas decían a un pueblo exiliado y sin expectativas de cambio: el desierto florecerá, del desierto brotarán manantiales, las armas se convertirán en arados, el lobo pacerá con el cordero y los niños jugarán con la serpiente. Feliz y consciente Adviento, amigos.

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