Jorge Pizzani: «Pintar es un modo de liberación»

Lienzos de hasta cuatro metros de ancho se agolpan en el taller del artista visual Jorge Pizzani (Acarigua, 1949). Desde ahí, rostros de hombres y mujeres, atormentados de a ratos, parecen contemplar la faena del creador. Tubos y frascos de pintura recién usados reposan en cada estante; y en las paredes, alumbradas por el sol del mediodía desde la entrada, se leen palabras sueltas escritas en tinta azul. El muñeco en la ciudad, La versión oficial, Benito en invierno, Los años civiles, Salomé… son, a la vez, rompecabezas y recordatorios. Son los títulos con los que el artista resolvió nombrar sus obras.

Esta recóndita sala de techo de zinc y columnas de madera, ubicada en Turgua, ha albergado a las labores de Pizzani durante las últimas dos décadas. Si bien será pronto sustituido por un espacio contiguo con forma de iglesia, es en este cuarto caluroso donde el artista atesora sus piezas recientes; esas que mostrará a partir de este domingo en su próxima exposición individual.

La muestra, homónima a su obra Corte masivo, será instalada en la Sala Trasnocho Arte Contacto (TAC), del Trasnocho Cultural, en Las Mercedes, para mantenerse abierta hasta mediados de abril. En ella exhibirá una selección de catorce piezas, de entre las casi ochenta pinturas que ha culminado recientemente y que integran una propuesta donde abunda la fuerza en el trazo. La comunión forzosa entre la mente y el estómago.

En la muestra, el artista entabla discursos que van de lo político a lo erótico, sin faltar representaciones de su interioridad en autorretatos.

La figuración a gran escala y el uso de elementos simbólicos componen su crítica a una sociedad seducida por la mitificación de los héroes. Por esto, en el cuadro que da inicio a la muestra, la mirada de un rostro de Simón Bolívar se trasmuta en un torbellino, mientras que, en otro, un hombre con uniforme oficial abraza, sonriente, a un busto del Libertador. «El primer dibujo que recuerdo haber hecho en mi vida fue, justamente, un Bolívar, para una tarea de primer grado. Su rostro es una referencia para todos los venezolanos, pero su imagen ha sido demasiado manoseada».

-¿Por qué aparecen las referencias políticas en su pintura reciente?

-Porque no lo puedo evitar. Uno es un emisor de una realidad y yo trato de salirme un poco del esquema, pero uno ya internalizó un miedo. Cuado ladrones se meten a tu casa, y ves tantos abusos… algo pasa. Es inevitable, las crisis tienen relación directa con la inventiva.

-En ese caso, ¿es la pintura para usted un refugio o un grito de protesta?

-Cuando te asumes como eres, el lenguaje va cobrando vigor producto del estudio y del ejercicio mismo. Entonces, la madurez se convierte en un deleite, y trabajas como un disfrute. Sin embargo, en la digestión psíquica lo hago bajo el tamiz de la sensibilidad en torno al país, al mundo y, en este caso, al mal utilizado arquetipo bolivariano. Pero, esto me ecualiza. Mi mejor aliciente para la continuidad es la pintura.

-Ha definido en entrevistas a la pintura como un misterio. ¿Trabaja en descifrarlo?

-Me ha sido imposible. He estado leyendo sobre la sincronicidad, de (Carl Gustav) Jung, que trata sobre el vínculo entre lo metafísico y lo real donde la intuición tiene mucho que ver. Uno vive en un mundo donde se aparecen imágenes y, cuando haces un cuadro, salen esos contenidos, esa fuerza. Ahí se oculta un misterio.

-¿A quiénes, además de Bolívar, pertenecen los rostros que pinta?

-A lo que veo todos los días. A mí no me gusta mucho mirar, te lo juro, ni mirarle la cara a la gente, porque me afecta mucho. He pintado rostros de amigos que sólo tengo guardados en el inconsciente, y que aparecen sin saber quiénes son desde el principio.

-¿Hasta dónde opera el azar ahí?

-Yo pinto con un trazo que tiene mucha velocidad y en grandes escala, porque uso todo mi cuerpo. Entonces, se van construyendo las cosas, pero hay como un intersticio donde hay un estado de conciencia que me dice dónde debo parar, y dónde preservar eso que produce el azar. Pero, ¿dónde está sostenido ese azar? En el conocimiento, en la técnica, porque yo primero fui un dibujante.

-¿Por qué pasó del dibujo a la pintura?

-Por la frase de (Henri) Matisse: «Es preciso dibujar antes para cultivar el espíritu y ser capaz después de llevar el color por caminos espirituales».

-También cambió allí del paisaje a la figuración…

-¡Sí! Es curioso, yo viví en París y hacía paisajes. Y ahora que estoy en Turgua pinto a seres humanos. Puedo decir que sólo he llegado a pintar de verdad a través de la figuración. Mis paisajes aparecen ahora en las atmósferas de los personajes, y en sus ojos, donde caben mundos infinitos.

-Practica la pintura en acción, y el trabajo directo con las manos sobre el lienzo. ¿Es el color una extensión de su cuerpo?

-Siempre he creído que las yemas de los dedos están relacionadas con la actividad cerebral, y por eso no uso pincel ni brocha. Para esta muestra empecé a usar guantes, porque supe que me he estado envenenando toda la vida (risas). Pero pintar es un modo de liberación, y hacerlo en público lo desmitifica, como pretendo que pase con los próceres. La pintura es mi ofrenda (y divertimento) en un país que me inquieta.

@mariagfernandez

Disponible en: http://www.eluniversal.com/arte-y-entretenimiento/160318/jorge-pizzani-pintar-es-un-modo-de-liberacion