La crónica menor: La primera guerra mundial

Cardenal Baltazar Porras

 

Por: Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo

El mundo recuerda, rememora, el centenario del inicio de la primera guerra mundial. Es una necesidad perentoria que el ser humano saque lecciones de los acontecimientos que él mismo ha producido. Estamos ante una de las mayores barbaridades de la humanidad, en la que miles de vidas humanas quedaron sesgadas por la incapacidad manifiesta de buscar soluciones pacíficas a las diferencias existentes. Los gobernantes son capaces de poner los intereses políticos por encima de la vida humana de sus propios ciudadanos. Después, no queda sino convertirlos en héroes y entregarle a sus seres queridos una medalla y a veces una pensión para tratar de poner “el amor a la patria” por encima de cualquier otra consideración.

Se está produciendo abundante literatura, crítica y serena mucha de ella, para analizar en la distancia de varias generaciones, la insensatez que trajo secuelas nefastas a la causa de la paz y el entendimiento entre los pueblos. Menos mal que las conmemoraciones que hemos seguido a través de los medios, han tenido la suficiente mesura para no celebrar emocionalmente, con un patrioterismo trasnochado y sin sentido, esta efemérides. La lección es demasiado fuerte y hay heridas que permanecen abiertas. Sólo se cierran si somos capaces de optar por la vida, el diálogo, el entendimiento, los únicos que pueden conducirnos a la equidad y la fraternidad.

Estamos viendo nuevas muestras de fanatismo e irracionalidad, tanto en la esfera del islamismo como en ciertas revoluciones que promueven el odio y la desaparición de sus “enemigos” reales o imaginarios.

El Papa Francisco con claridad meridiana nos dice: “aquí́, en este lugar, cerca del cementerio solamente acierto a decir: la guerra es una locura. Mientras Dios lleva adelante su creación y nosotros los hombres estamos llamados a colaborar en su obra, la guerra destruye. Destruye también lo más hermoso que Dios ha creado: el ser humano. La guerra trastorna todo, incluso la relación entre hermanos. La guerra es una locura; su programa de desarrollo es la destrucción: ¡crecer destruyendo!…Hoy, tras el segundo fracaso de una guerra mundial, quizás se puede hablar de una tercera guerra combatida “por partes”, con crímenes, masacres, destrucciones”.

“Es de sabios reconocer los propios errores, sentir dolor, arrepentirse, pedir perdón y llorar. Con ese “¿A mí qué me importa?”, que llevan en el corazón los que especulan con la guerra, quizás ganan mucho, pero su corazón corrompido ha perdido la capacidad de llorar. Caín no lloró. No ha podido llorar. La sombra de Caín nos cubre hoy aquí́, en este cementerio. Se ve en la historia que va de 1914 hasta nuestros días. Y se ve también en nuestros días”.

Nosotros no podemos ser indiferentes porque no fuimos protagonistas ni activos ni pasivos de aquella guerra. Lo que no podemos es avalar con el silencio o la indiferencia la tendencia a convertirnos en nuevos verdugos de las injusticias que existan en el mundo. Primero hay que ver la viga que tenemos en nuestro propio antes de condenar la paja del ojo ajeno. No es con un militarismo y una exaltación del odio y la guerra como vamos a solucionar nuestros propios males. Saquemos lecciones de la triste historia de las guerras.