Las tinieblas pasan y la luz verdadera alumbra ya Santo Tomás Becket

Hoy inicio la reflexión con esta pregunta, ¿cuál es el significado y la finalidad de la luz? No se trata de analizar cómo obra la luz en sentido físico; sino más bien qué proceder es claramente bueno y cuál es malo. En esto la primera lectura, (1 Jn 2, 3-11), ofrece este despejado párrafo, «quien afirma que está en la luz y odia a su hermano, está todavía en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza».

La Iglesia pide un equilibrio, fraguándose ya, entre vida y obras, y para el mismo no pueden obviarse las fuentes de cultura que influyen, honran y orientan a la persona humana, desde el arte, la poesía, la música, la ciencia, la comunicación social, hasta la religión.

Desde luego, cuando cada cual asume con prudencia su aporte, no hay incompatibilidad entre ése y la fe; esto es, cuando lo encauza al modo de este verso del Salmo 95, aclamado en este día, «ha sido el Señor quien hizo el cielo; hay gran esplendor en su presencia y lleno de poder está su templo».

La Biblia revela en pureza la bondad de Dios. El poder divino no compite con el hombre, al contrario, va haciendo compatible al hombre para que lo sepa y lo confiese. El hombre jamás podrá concluir el descubrimiento del orden que Dios ha dado al universo. Por supuesto, en relación a la posición alcanzada por el hombre en tal orden, no deja de suscitarse la cuestión: ¿en qué y de qué forma está obrando bien en él?

En el ejercicio de lo justo, o sea, en el de la capacidad de evitar, y, ciertamente, de superar, las ocasiones odiosas que le propone el odio. En esta pequeña batalla, (bromeo cuando digo pequeña), el hombre demuestra que no cree, comprende y sigue al Dios de las abstracciones, sino al Dios de Aquel que toma en sus manos el anciano Simeón e inmediatamente exclama, «mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado para bien de todos los pueblos, luz que alumbra a las naciones» (Evangelio de hoy Lc 2, 22-35). La voz luz que alumbra a las naciones, obsequia un aspecto esencial para entenderla, es decir, en cada pueblo jamás escasea, (no calculo el número, porque cualquier cifra estaría nada más que imaginada), el hombre o mujer que declaran que la fe, la esperanza y la caridad, le han ofrecido irradiación divina en la solución de los problemas. En ellas resplandece la luz de Cristo, y con ella la amistad alborea en cada conciencia.

El ser humano es párvulo en grandeza, en relación a aquella que el Creador le invita alcanzar. Por eso, necesita del Niño Dios, pues Él, «ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos… como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones»; y no sólo de Israel, sino de todas las naciones.

En consecuencia, aquel niño, llevado al templo por María y José, para cumplir en pobreza, pero a cabalidad lo dispuesto por la ley, cuya presencia es innegable en el templo de cada comunidad parroquial como en el de cada familia, es quien exhorta, no una perfección fundamental instantánea, (es inalcanzable; sabe que su creatura obra lentamente), sino un sincero examen y práctica de esta frase acentuada en la primera lectura de este viernes, «el que afirma que permanece en Cristo debe vivir como él vivió», para gustar, en la experiencia humana y cotidiana, esta otra, «porque las tinieblas pasan y la luz verdadera alumbra ya».

Hoy la Iglesia recuerda la conmemoración de santo Tomás Becket. Su fecha de nacimiento no es precisa, la calculan entre 1118/20.

Fue canciller de Inglaterra, cargo otorgado por Enrique II Plantagenet en 1155. Los estudios de derecho canónico le avalaron un fecundo desempeño eclesiástico, siendo primero secretario del arzobispo Teobaldo de Canterbury (aproximadamente entre 1146-1155), y luego sucesor de aquel, desde el 3 de junio de 1162, hasta el martirio el 29 de diciembre de 1170. En efecto, su ardua tarea consistió en el amparo del clero inglés, y la autonomía de la diócesis (Canterbury) en relación a las incoherentes intrusiones del poder civil en ella; al mismo tiempo se desarrollaba tal problema entre el papado y el emperador.

Le encomendaron exiliarse en Francia, donde estuvo desde 1164 hasta 1170, año en que el monarca le convidó un simulado apaciguamiento.

El 29 de diciembre del mismo año fue asesinado, (la historia narra que con una espada le cercenaron la parte superior del cráneo), por partidarios del rey. Fue canonizado en 1173 por el papa Alejandro III.

Cito textualmente:

«Aun antes de ser beatificado, su culto se extiende por Italia promovido personalmente por el papa Alejandro III. El pontífice, envuelto en sus luchas personales con el Emperador Federico Barbarroja, vio en el mártir inglés un émulo que pereció defendiendo la supremacía del poder espiritual frente al temporal.

También Francia le rendirá culto desde fecha temprana, por la especial vinculación que unió al obispo inglés con la diócesis de Sens y la abadía cisterciense de Pontigny, lugar en el que estuvo retirado tras su huida de Inglaterra en 1164.

Los estrechos vínculos comerciales entre Inglaterra y Escandinavia durante la Edad Media fueron la causa de su devoción en territorio noruego y sueco.

En Inglaterra, la Reforma emprendida por Enrique VIII llevó a la condena del santo nacional. Sus reliquias fueron removidas de la catedral de Canterbury en 1538, ordenándose que las cenizas fuesen arrojadas al Támesis. Sólo un sencillo testigo, una vela encendida sobre el pavimento, indica hoy el lugar en el que, durante siglos, estuvieron sus restos».

Cristo sea el médico de nuestras vidas, y la Luz segura de nuestra mente y corazón. Amén.

Pbro. Dr. Horacio R. Carrero C.

29-12-23