Pido la Palabra: ¿Desigualdad o exclusión?

Por Antonio José Monagas…

No es extraño advertir cómo el ejercicio de la política, incurre en equivocaciones que encadenan desviaciones conceptuales.

Y desencadenan profundas crisis.

El discurso político, en su afán de irrumpir conciencias para luego sembrar resentimiento mediante conceptos deformados a instancias de intereses manipulados, busca inculcar un patrón ideológico que facilite la imposición de infames intenciones. Estas, trazadas con la antelación suficiente que permitan el cambio que habrá de encubrirse posteriormente con el disfraz más oportuno. Esa gestión, servirá para hacerse del espacio necesario sobre el cual, la perorata política puede arraigar condiciones mentales de las que se servirá para someter a la población a que actúe sujeta a lo que dispone el proyecto político en ciernes.

Tal intención, manejada por quienes hacen proselitismo desde el populismo demagógico situados en la cima del poder, con el concurso de cuanta manipulación es posible, está dirigida a enmarañar percepciones que sirvan de abono al cultivo ideológico pretendido. Es cuando operadores políticos, siguiendo la pauta establecida por el proyecto político tramado, fraguan acepciones sin ninguna consideración que perfile la diferencia axiológica, filosófica, etimológica y política, fundamentalmente, entre conceptos que dignifiquen el ejercicio y comprensión de la política. Por ejemplo, entre equidad e igualdad. Inclusión y exclusión. Estado, país, nación y territorio. Identidad y pertenencia. Ciudadanía y civilidad. Gobernabilidad y gobernanza. O entre política, las políticas y lo político.

En fin, entre nociones y conocimientos que resulten convenientes de intercambiar con el propósito de subyugar el pensamiento y la actitud de cuantos ciudadanos pueden ser víctimas de tan grosera chapucería. O sea, de subordinarlos a la orden de la opacidad enmascarada de alguna causa política con sentido democrático.

A menudo se habla de desigualdad sin advertir diferencia con exclusión. Lo mismo sucede de Estado y gobierno. O de género y especie. De tolerancia y pluralismo. Todo, sin distinguir su correspondiente caracterización fáctica o diferenciación dialéctica, semántica o politológica. Estos apremios discursivos, además, redundan en galimatías que, sin duda, conducen a emplastos cognoscitivos de los cuales se aprovecha la política “corrompida” en su avidez por inducir un ambiente en el que un tuerto asume la función de rey “en el país de los ciegos”.

En medio de confusiones políticas

No es extraño advertir cómo el ejercicio de la política, incurre en equivocaciones que encadenan desviaciones conceptuales. Tal vez, por desconocimiento de quien asume el papel de oficiante en un acto de masas. O porque el proyecto político busca arreciar la mayor confusión. Más, si quien escucha tan incontenida verborrea carece de coordinación y comprensión cognitiva para dilucidar el embrollo proferido a lo interno del mensaje.

Particularmente, en medio de resonados discursos o textos jurídicos que buscan alcanzar la mayor proyección popular. Aún, sin considerar los fallos conceptuales que conllevan sus contenidos. De manera que no hay excusa para que se justifique el enredo que se genera cuando, sin pudor lingüístico alguno, se omiten impunemente barullos que no distinguen el verdadero sentido propio de conceptos importantes de los cuales penden significados que comprometen el alcance de estamentos políticos de los cuales depende las praxis de democracia, libertades o de derechos fundamentales.

No hay pretexto que valga para justificar el desvergonzado solapamiento que se da entre conceptos de fundamental valía. La Constitución venezolana es patético ejemplo de lo que deriva una interpretación falseada. La misma, producto de frases que, en su redacción legislativa, se desmandaron para exaltar una realidad que no llegó a reflejarse o patentizarse. Así cayeron en desgracia, frases del talante político y epistemológico de “Estado democrático y social de Derecho y de Justicia”. O de conceptos que exhortan valores morales, como “dignidad”, “solidaridad”, “respeto”, “pluralismo político”, “soberanía”, “verdad”, “tolerancia”, “salud”, “educación”, entre muchos otros.

Sin embargo, lo más desvergonzado de toda esta trama de tan inescrupulosas consideraciones que desdicen de la exactitud conceptual, tiene que ver con el improvisado empleo de términos sobre los cuales descansa toda pretensión de asir un proyecto de gobierno a un estadio de honrosas realidades. Son los de desigualdad y exclusión. Y es que su libre interpretación, da pie para encubrir onerosas tentaciones que luego buscan hacerse palpables a través de prácticas políticas infames, represivas y diferenciadoras. Y precisamente, ante tan trepidante suma de barbarismos de todo tenor, cabe preguntarse: qué prevalece hoy cuando el caos arremete por doquier, ¿desigualdad o exclusión?

“Cuando prevalece la desigualdad, cualquier amenaza de crisis política, económica o social, es de posible realidad. Lo mismo, sucede de proceder la incidencia de la exclusión. Indistintamente del sistema político en que se presente dicha contingencia”

AJMonagas