Pido la palabra: El pleito de la lealtad y la traición

Por Antonio José Monagas…

El ejercicio de la política es casi un perfecto campo de batalla a causa de los embates que se establecen entre quienes dicen ser leales y quienes, sin acusarse de traidores, en el fondo lo son

Tanto se ha hablado de lealtad, que la historia política y militar universal está repleta de referencias que exaltan o denigran su significado. Aunque también, abarrotada de reseñas que revelan episodios que dan cuenta de hechos referidos a situaciones que refutan el sentido de la lealtad. 

Podría decirse que la vida ocurre en medio de momentos que se arraigan entre posturas de lealtad y traición. Particularmente, en el fragor de la política. Más, cuando la praxis política se anega de circunstancias dominadas por intereses que, en la mitad del revuelo ocasionado por los conflictos propios de toda disputa política, terminan determinando los espacios que han de ocupar las controvertidas condiciones tipificadas por la lealtad y la traición. 

La lealtad en la política

El ejercicio de la política es casi un perfecto campo de batalla a causa de los embates que se establecen entre quienes dicen ser leales y quienes, sin acusarse de traidores, esconden una hoja de vida política con contenidos y descripciones de haber sido seducidos por prácticas de traición. Quizás sea temerario asentir que la lealtad dejó vacante el lugar que su significado como valor había alcanzado. Aunque no es del todo aventurado destacar dicha afirmación. Sobre todo, debido a que en el ejercicio de la política se ha procedido a proclamar la lealtad como si en verdad fuera razón suficiente para demostrarla. 

Sin embargo, cabe acá el aforismo que reza: “cuando las barbas de tu vecino veas arder, pon las tuyas a remojar”. En política, esto hace ver el alcance de cualquier problema dada la posibilidad de afectar a alguien cercano, intruso o compinche. 

Son estas situaciones, donde la lealtad y la traición acusan algún hecho que revele insana rivalidad entre individuos. Contradiga o contraríe los intereses del otro. Mirando este problema desde una perspectiva burda, algún poeta con nostalgia de politiquero de oficio, podría haber manifestado que “la lealtad es la lumbre que enciende la traición”.

Desavenencias impropias

El autor del Principito, el escritor y aviador francés, Antoine de Saint-Expupéry, pone en palabras del Principito, tan cierta reflexión: “La lealtad no se jura, se demuestra”. Justo es el problema que lleva a entender cómo en política el ejercicio de la lealtad tiende a desenfocar sus objetivos. Especialmente, cuando la realidad en la que la lealtad suscribe sus propósitos, comienza a descomponerse en virtud de los intereses que juegan a su alrededor. 

Así sucede por cuanto la política está arreglada de tal forma que la lealtad, en los espacios políticos, se concibe en términos de la sumisión y adulancia cuando el trato al superior se ve influenciado por la anomalia de valores a la cual se halla sometida la incultura de quienes viven de la coyuntura política. O se aprovechan de ella para satisfacer sus intereses o saciar sus necesidades. 

¿Dónde ocurre el pleito de la lealtad y la traición? 

Es ahí cuando la lealtad pierde su carácter como recurso de la confianza. Asimismo, de la verdad y del sentido de correspondencia que establece la relación entre la sinceridad y el compromiso mutuo. Justo, ese momento constituye la oportunidad de la cual se vale la traición para asomar sus garras y enterrarlas en la humanidad del otro. O de cara a la situación en la que se ha expuesto la divergencia entre condiciones y resultados.

En consecuencia, la lealtad en política, simple y desgraciadamente, se reduce a contrastar, bajo la premisa de ensayo y error, el grado de ventaja que ofrece la lealtad en comparación con el perjurio que se esconde al interior de la traición. Es decir, la lealtad en política es una cuestión de medir el tamaño de ventajas posibles. 

¿Lealtad traicionada?

En tiempos de dictadura tiránica, importa mucho diferenciar las posiciones de quienes juegan a la hipocresía y de quienes se han apostado en espacios preparados para extraer de la situación la mejor tajada sin medir los efectos de rebote. 

Hay que desentrañar con cierta antelación las intenciones del enemigo en relación con las posibilidades calculadas para evadir su visceral ataque. Sobre todo, cuando se hace acompañar por la canturreada y ridícula adulación de “leales siempre, traidores nunca”. 

Sin duda, las realidades suelen mostrarse confusas. En el alboroto armado, tanto la lealtad como la traición adquieren un mal ganado furor, disfrazado de estratégico juego político el cual sirve para justificar en lo que resulta el pleito de la lealtad y la traición.

“Entre la lealtad y la traición, apenas hay una raya que a manera de límite, es casi imperceptible. Así que resulta  fácil trasponerla, muy a pesar de juramentos . O mejor aún, hipócritas”

AJMonagas

21-04-2024