¿Quién es responsable?

Cardenal Baltazar Porras

Por: Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo

Nuestra cultura está llena de cocos y fantasmas a los que se les encasqueta la responsabilidad de lo que no queremos asumir. Desde niños se nos amenazaba con que nos iba a salir “el coco”, la “sayona” o algún muerto que nos asustaría en la noche. Lo que parecía ingenua imaginación se ha convertido en deporte nacional auspiciado por las autoridades que gobiernan el país. Todo lo que funciona mal es producto de una misteriosa maquinación de fuerzas imperiales, de enemigos jurados, de oposición apátrida, sin más oficio que impedir los enormes esfuerzos del gobierno por dar mejor vida a los venezolanos.

La falta de papel toilet, aceite o harina pan, es provocada por especuladores capitalistas. El contrabando de gasolina lo propician personas inescrupulosas; los apagones, al consumo desmedido de los ricos; los incendios de las refinerías, a los rayos que nos azotan por el cambio climático provocado por las grandes potencias. La inseguridad y la delincuencia no tienen padre ni madre… En fin, que el pobre gobierno no tiene tiempo sino para defenderse de tantos enemigos que no lo dejan gobernar, pero quien sigue sufriendo las penurias es la sociedad toda.

La responsabilidad, es decir, asumir la autoría y el protagonismo de los actos propios o de los que tocan por oficio, es una categoría ética central e imprescindible en el horizonte de nuestras sociedades. La responsabilidad en la esfera pública es uno de los desafíos que requieren mayor audacia intelectual. Hay que fortalecer el sentido de darse cuenta a quien corresponde la responsabilidad de las injusticias sociales. La responsabilidad es un llamado a la necesidad de velar y responder por las consecuencias que toda acción tiene. Lo que no puede ser es cargar a la gente con el peso de una culpa que en la mayoría de los casos no es de su competencia.

Se eligen autoridades para que mejoren las condiciones de vida y proporcionen los instrumentos adecuados para un bienestar mayor; no para que se conviertan en predicadores de calamidades insuperables o para que criminalicen a la sociedad de hechos colectivos negativos, apareciendo ellos como jueces sin mancha y sin responsabilidad. Solamente los adolescentes actúan así, tratando de zafarse de aquello que les compete. No se puede ser estricto con los demás sin ver primero las fallas y errores que hay bajo el propio techo. Eso es moralmente inaceptable porque, además, se convierte en una pésima pedagogía: aprender a escurrir el bulto y achacarlo todo a fuerzas invisibles e intocables.