Razones y pasiones: Notas vacacionales

Por: Eleazar Ontiveros Paolini…

I

En vacaciones siempre regresamos al Tàchira, esperando que el  viaje lo podamos hacer con mayor comodidad, es decir, sin las dificultades e inconvenientes habidos en la anterior incursión, pues aun en gobiernos más pobres hay la voluntad de mejorar con sistematicidad todo lo que es de uso público e indiscriminado. Pero no fue así. Ante todo, y eso no sucede ni en los países más atrasados, entre Mérida y San Cristóbal fuimos interrumpidos por 22 alcabalas, provocándonos en cada una de ellas grillar ¡hasta cuando j…!. A estas se suma el aumento significativo, a tramos regulares, de los policías acostados o, dicho más técnicamente, de los reductores de velocidad. Los vendedores en medio de la vía, a pesar de las prohibiciones, representan otra forma de interrupción de la circulación. Y de los huecos ni que hablar. La indolencia en este caso es proverbial. No se salvan de tales úlceras asfálticas ni los tramos de carreta,  en que se cobra peaje. A todo se agrega que en las alcabalas, como si uno no pudiera circular libremente por el país, se nos  hacen dos estúpidas preguntas  de ¿De dónde viene?  ¿Para dónde va?

II

No hay palabras para describir la enormidad de las colas de automóviles, autobuses, camiones y otros vehículos, esperando llenar su tanque de gasolina en los servicios que hay, en ambos sentidos, en las  carreteras del Táchira   y en la propia ciudad de  San Cristóbal. La cacareada solución que representaban los chip, definidos como la panacea contra el contrabando, se ha vuelto agua de berros; solo han servido para entorpecer el desenvolvimiento normal de las comunidades. Muchos pierden ocho, nueve o diez horas diarias, limitando el tiempo que deben dedicarle al trabajo.  No son los ciudadanos los culpables del paso de gasolina a Colombia; eso es problema de la ineficaz y corrupta guardia nacional.

III

En épocas que añoramos,  uno de los paseos era ir a Cúcuta, aunque solo fuera para almorzar, pues al cambio salíamos favorecidos. Muchos de nuestra generación recordarán el lechón en “Don Eme”. Para ese entonces, Cúcuta era bastante modesta, sucia y en ella pululaban los amigos de lo ajeno y mendigos. La comparación con San Cristóbal nos enorgullecía. Ahora nos tenemos que someter a ver diariamente a unos 30.000 venezolanos pasando el puente en búsqueda de comida o de trabajo, en una ciudad distinta que nos causa envidia: limpia, ordenada, con un crecimiento económico exponencial, desarrollo arquitectónico y vial extraordinario y en la que se ha demostrado plena solidaridad con los venezolanos que buscan ayuda en ella. Al pasar el manchón de suciedad que es la aduana, resguardada por guardias prepotentes y mal encarados, empezamos a ver una Cúcuta atractiva, agradable, amable y con ciudadanos y policías colaboradores y respetuosos. Pero eso no es gratuito, resulta de una administración eficiente y eficaz, no perfecta, pero si con logros sustanciales. Da escozor al regresar, ver a pobres mujeres, muchas de ellas de edad avanzada y hasta con bebés en brazos, cargar bajo un sol de castigo, a pie, sus bolsas de comida. Es absurdo que no puedan circular carros entre los dos países. Todo es parte del paraíso prometido por la revolución, que ahora se concretara ¿…? con la Constituyente.