Por: Bernardo Moncada Cárdenas…
En Mérida, aquel viernes 2 de diciembre fue e día de recibimiento del nuevo Cardenal, Baltazar Porras Cardozo; nos visitaba el Nuncio de Su Santidad Aldo Giordano. La comunidad emeritense estaba toda atenta a saludarlo pero él nos sorprendió: no sólo accedió a saludarnos, el Nuncio nos invitó a la Eucaristía que celebraba en el Seminario Arquidiocesano y luego pudimos conversar esa noche, con un grupo de amigos.
La creación de nuestro Arzobispo como Cardenal de la Iglesia, y el júbilo que suscitó, habían opacado temporalmente el gran tema de la política que impacienta a los venezolanos y que era noticia en aquel entonces: los sucesos de la “Mesa de Diálogo”, por aquellos días favorecida por la Santa Sede con participación de su enviado especial y, por supuesto, del Nuncio papal mismo. En el trasfondo, sin embargo, el ruido de opiniones en colisión acerca del diálogo, la casi unánime confusión, desinformación e incertidumbre que se expresaron en contradicciones que cierta prensa, y nuestras infiltradas y manipuladas redes, amplificaron, no cesaba. La confrontación político-ideológica parecía llegada a un peligroso callejón sin salida, a una pugna sorda que había encontrado en la iniciativa del diálogo una frágil posibilidad de articularse y conducir al desbloqueo y a cambios capaces de mejorar la durísima situación que ha sobrellevado el pueblo venezolano. A más de un mes de iniciadas las conversaciones no hubo consecuencias significativas.
Frente al extenso coro de voces que atacaba implacablemente el intento de establecer diálogo, desacreditando incluso al papa Francisco y acusándolo de ingenuidad política (cuando no de abierto colaboracionismo con el gobierno), nos resultaba difícil adoptar una posición original, el aporte constructivo a que la nuestra pertenencia cristiana nos llama. Poco antes habíamos leído que “sólo si identificamos el origen de nuestra expresión cultural, el origen de nuestros intentos de respuesta, podremos tener claridad sobre el camino y dejarnos reconducir cuando nos perdamos… decía el Padre Julián Carrón, y preguntaba: ¿Cuál es el origen de los muros, de la dialéctica, del enfrentamiento? ¿Y cuál es el origen del diálogo como compartición, como comunicación de nosotros mismos y no como mera confrontación de ideas?” (Julián Carrón, La forma del testimonio (29.8.2016). Podíamos ceder en aquella circunstancia a la fuerte presión social, o política e ideológica, y vivirlo todo como confrontación de ideas, esquemas e intereses, dialéctica en la cual nuestra propia humanidad queda coartada. Frente a todo esto, la elevación de nuestro Arzobispo al Colegio Cardenalicio era ya un llamado a fijar nuestro punto de mira en hechos inesperados, acontecimientos novedosos, evidencia de un orden superior, que no correspondían al casi unánime pesimismo temeroso que proclamaban las redes.
Y la serena y sorpresiva aceptación del Nuncio a participar en nuestro pequeño coloquio evidenciaba también ese orden imprevisible, el orden del Resucitado quien resulta más inteligente que cualquier presidente del mundo, según Monseñor Giordano. Expuso ante nosotros con abierta sinceridad las motivaciones del Papa Francisco para promover el diálogo y enviarlo a él. “¿Cómo ir al diálogo frente al otro que está armado?” Para nosotros, expresa, el diálogo es la vida, es fundamental; la visión cristiana del diálogo es otra cosa, ya intentar una contribución nos contenta, “nadie da al diálogo la dimensión que nosotros le damos”. Era virtualmente Francisco quien nos hablaba a través de su enviado. Describía el Evangelio donde los dos discípulos charlan camino a Emaús, intercambiando sus visiones dentro de la interpretación de fracaso que han establecido acerca de la crucifixión de su Maestro, cuando un peregrino desconocido se les une. “Antes también dialogaban –observaba Monseñor Giordano– y era una cosa positiva porque tenían el coraje de ser dos, de caminar y de hablar. Esto es importante pero la novedad nace cuando el tercero empieza… Un tercero les ofrece la clave, les regala la alegría.” Y nuestro grupito, absorto en el encuentro, iba comprendiendo qué significa adoptar el punto de vista de la pertenencia a Cristo. “La palabra diá-logos viene de diá, que significa diferencia, la distancia que existe entre nosotros -el diá es necesario, este espacio libre entre nosotros- pero en este espacio la novedad es el logos,… discurso que se va creando, razón a descubrir, relación que se crea.” En esta relación, dice, nosotros los cristianos “vamos de nuevo a descubrir el paraíso”. Para nosotros, cristianos, el Logos, como relata Juan en su prólogo (“El Logos se hizo carne”) “…es Dios mismo, “el Resucitado que caminó con ellos, éste es el diá-logos”. Entonces, muchos se preguntan “qué hace el Papa enviándonos a sentarnos en esa mesa”; piensan muchas cosas “y yo –dice Monseñor Giordano- respeto todo lo que piensan, comprendo todos estos discursos. Pero ninguno piensa cuál es la vocación del Nuncio, por qué viene de Roma, a tantos kilómetros. ¿Por qué el Papa pide el diálogo? Porque el diá-logos es el lugar de la presencia de Dios, el lugar de la presencia del Resucitado. El Nuncio va al diálogo y claro que analiza todos los problemas que hay, pero va porque intenta hacer transparente la presencia de Dios. Él habla al presidente y yo creo que el Resucitado resulta más inteligente que cualquier presidente del mundo, incluyendo también al presidente de Venezuela.” Esto es creer en milagros, continúa, aunque no es predecir un milagro. “Y esto es el diá-logos para nosotros”.
Ante situaciones como esta que afrontamos, son nuestros gestos los que dan respuesta. Pequeños o grandes que sean estos gestos, es lo que podemos dar de nosotros. La multiplicación de los panes fue un gran milagro, pero para hacer el milagro hicieron falta esos cinco panes del inicio. “¿Qué puedo hacer yo, al final? Puedo dar mis cinco panes… Esta es mi parte, después creer en los milagros. Un gesto no sabemos qué pueda producir, si es un gesto confiado en Dios.” Podemos donar a Venezuela mucho o poco, pero sobre todo nuestra presencia. “Claro que somos pequeños, somos pocos, somos poca cosa, pero en este momento confiamos en la presencia de Dios con Ustedes y con nosotros. Después de todo en Venezuela somos 90% católicos, cristianos. Si el 90% de venezolanos dice «Okey, quiero vivir el Evangelio», Venezuela cambia. Hacer este camino largo, estos pequeños caminos, pero con esta certeza, y Venezuela cambia”.
Diálogo y confianza en los pequeños gestos además de los grandes, como los que hemos visto recientemente, y creer en el don de nuestra vivacidad como fermento evangélico, como factor de cambio que porta en sí la presencia milagrosa de Dios. Y la fe, la fe en que el Señor va con nosotros; es más –y aquí habló el secretario de la nunciatura- nos precede, nos primerea, como dice el Papa, fe sin la cual nos podemos limitar a “un culto, una práctica habitual viciada de la falta de una presencia personal. Nosotros tenemos la capacidad –y eso viene con el compartir, yo creo- de reconocer en un gesto, en una palabra, en una tragedia, en el trabajo, ¡lo que sea! que Dios nos acompaña, que es algo real”.
Así Monseñor Giordano se tornaba ya figura familiar y accesible que sigue entusiasta e interesado a los venezolanos, queriendo participar como aquel tercero que “ofrece la clave, regala la alegría”, un sencillo peregrino enviado de Roma. Nace en nosotros el aplomo idóneo para llevar nuestra fe, nuestro deseo de afrontar valiente y esperanzadamente la realidad, a nuestro afligido pueblo. Aunque no podamos predecir los milagros podemos, sí, reconocer cuando el milagro, como en aquel instante de aquella noche del 2 de noviembre, habiendo sólo podido poner nuestros pocos panes, aconteció. Los milagros ocurren con nuestros aportes. No nos ausentemos.