A los mecanismos de la máquina, muy pocos están preparados para afrontar

Esto tiene un exordio: algunas personas aprecian mejor estos mecanismos que su propia salud (Cf. Popper, 86). Por otra parte, muchos aún no saben contestar una llamada en el celular, pero esto no autoriza para considerarles su inteligencia una “ficción ilusoria”. Por ende, el título del apartado refiere tanto a los que ignoran operar un aparato como a quienes no están preparados para interpretar los efectos provocados por él.

En razón a lo primero hay estas razones:

Primera: el hecho de que alguien ignore el funcionamiento de una máquina, de ningún modo autoriza decir que su inteligencia es poco más que un accidente. Tal afirmación toca a un farolero escéptico de la inteligencia sentidamente humana, pero presuntuoso de la propia. Un progresista que justifica la actitud humanitaria, pobrecito tal o cual no sabe ni agarrar un teléfono, sin apartarse de dicha presunción.

Segunda: no es lo mismo el pan para vivir que un celular; y aunque por el celular saben de la necesidad ajena, ésta más a menudo carece de eco tanto en la sociedad humana como en el artefacto. No obstante, con tal eco en la naturaleza humana o en el teléfono no se defiende cualquier cosa, porque el desabrimiento de los que sienten la necesidad no es sino el desesperadamente encontrar alguien o bastantes que, antes de saber que son copias artificiales, copias de copias (Popper, 89), son dispositivos hechos por el hombre para socorrer: con la técnica se colman las menesterosidades de muchos, porque, diversos han observado una prioridad —dignidad humana— anterior a todos los objetos o inconscientes o artificiales.

El examen de la verdadera índole de los objetos naturales y artificiales (Cf. Popper, 90), justifica el rol adquirido por el hombre en el universo, en el cual «no puede bastarse a sí mismo debido a las limitaciones intrínsecas de la naturaleza humana» (Popper, 91). La mayoría de los hombres depende de los demás, el más perfecto del menos perfecto y viceversa. Esta dependencia no es del aparato, sino del otro viviente racional. Por eso, el aparato no está por encima del individuo humano, aunque por un tiempo se baste a sí mismo, porque sólo el individuo antropológico padece la genuina imperfección y así la cualidad autárquica de mejorarla (Cf. Popper, 89-91).

El otro aspecto dice, como a quienes no están preparados para interpretar los efectos provocados del instrumento.

La tecnología no es una quimérica superstición, aunque muchas veces la patrocinan y la extienden tan bien a tantos campos que, a nivel psicológico, sorprende con tanto realismo, el cual permite toda suerte de combinaciones: imágenes que muestran cómo sería Dios según la IA, al papa luciendo una chaqueta nada pertinente a su estilo, etc. La psique de muchas personas choca con eso, preguntando si eso nace de la razón y del pensamiento verdadero, humano, o tiene otro origen.

Por ende, el realismo parece carecer de realidad en la psique, porque en ésta la imagen que permanece la ajustan a una mentalidad acondicionada con esteticismo emocional (Cf. Popper, 96) con el fin de mantener pura no la psique, sino la realidad de una imagen que, como una suerte de eugenesia, logra hacer nacer y pasar como exacto aquello que sólo parece tal.

Ciertamente, las imágenes forjadas por los mecanismos de un aparato en la mente son producto de un cálculo ayudado por la percepción (Cf. Popper, 97); pero ésta, mental como es, nunca podrá ser completamente exacta, ya que aquellas imágenes a menudo soportan transformaciones para adaptarlas mejor y mejor a las cosas, lo que corrobora que la sabiduría suficiente (Cf. Popper, 98) tiene una descendencia humana, no de los controles sistemáticos mejorados por el cerebro y mano del hombre. Tales controles ni engendran conceptos originarios, mucho menos engendran hijos ni siquiera de forma inadecuada.

Desde luego, no se trata de una selección artificial para buscar el mejor sistema que imite al comportamiento humano. Esto sería un “misticismo artificial”, o una especie de “cisma artificial”, pues, aunque la tecnología coopera enormemente con la humanidad, ésta naturalmente no es algo idealizado, sino algo competentemente necesario para conservar su realidad. Conservándola el ser humano no está seleccionado a permanecer imperfecto (Cf. Popper, 100), pues, saneando su imperfección, demuestra que no puede ser abreviado a ser sustituido, o incluso suprimido, por una módulo automático. Ello, sin duda, constituiría un odioso espectáculo (Cf. Popper, 100).

El cerebro en la inteligencia biológica y la artificial

Lo primero en explicar es la preposición “en”, y lo segundo, la conjunción “y”.

La preposición “en” acentúa donde algo está, en este caso el cerebro. Él no está en la inteligencia artificial, está en una actividad continuada y natural, monitorizada conscientemente por él mismo. Está “en él mismo” facilitando la interacción del que lo posee con el entorno, «respondiendo órdenes o realizando comportamientos voluntarios» (Seth, 59).

El cerebro en actividad continua y natural, aun en el sueño, percata la estimulación sensorial, ya que es capaz de justificar lo consciente de la conciencia cuando “en” ella pareciera estar ausente (Ver por ej., Jean-Dominique, La escafandra y la mariposa. Director de la revista Elle, diagnosticado con síndrome de enclaustramiento en 1995, en: Seth, 60). En el cerebro ninguna función tanto física como psíquica deja de tener importancia “en” su organización; aquí avala respuestas tanto a intuiciones verbales simples como complejas (Seth, 61-62); incluso una persona, —por ej., en estado vegetativo—, puede interactuar con el entorno valiéndose más de su cerebro que del cuerpo (Cf. Seth, 62; ver Adrián Owen y equipo en 2006, experimento la “casa de tenis”, en: Seth, 62).

En el cerebro existe información a comunicar. Ésta contiene especial significación, pues permite detectar la diferencia entre palabra y conciencia. Esta distinción acaece justamente “en” tal diferencia, y aumenta la intensidad de su fenomenología perceptiva (Cf. Seth, 65), pues con tal intensidad en el cerebro se prueba de cuán consciente está el hombre y de qué es consciente (Cf. Seth, 65). Precisamente es la ratificación de la diferencia entre palabra y conciencia, que, en función de la intensidad, ha de hacerse perceptiva.

Hay exigencias perturbadoras y otras en las que creen perder el juicio. Están diversificadas y al mismo tiempo reorganizadas, porque las personas imaginan cambiar y disiparse; así, en la vuelta a la normalidad a contenidos conscientes, hallan puntos de coincidencia imprescindibles “en” el contexto del cerebro (Cf. Seth, 66.69).

En verdad, innegable es la modificación de la actividad cerebral, algunas veces motivada por enfermedades, golpes, consumo de alucinógenos, etc., la cual produce contemporáneamente cambios en la experiencia consciente (Cf. Seth, 68). Por ende, el sistema cerebral, redes de regiones, están coordinadas y en su actividad conservan dicha coordinación, por tanto, «un cerebro en el que todas las neuronas se dispersasen caóticamente no daría origen a experiencia consciente alguna, igual que el free jazz puede, en algunos momentos, dejar de ser música» (Seth, 70).

El cerebro coordinado está en la conciencia activa, porque como actividad suya superior ella imperiosamente está en él. Y está de este modo en la IA, porque ella es una de las muchas intelecciones de la inteligencia cerebral, biológica (Cf. Giulio Tononi, Gerald Eddman, 1998, revista science, en: Seth, 70). Las «percepciones, emociones y pensamientos […] están simultáneamente presentes de fondo en mi universo interior» (Seth, 71).

Así, la inteligencia humana y artificial, —atención a la conjunción “y”—están a la vez presentes en el fondo del cerebro. Están no confundidas. En él ninguna es una experiencia posible sino consciente: el cerebro intelige con inteligencia tanto a la una como a la otra, y desvela un significado. En virtud de ello, la inteligencia cerebral es rica en tanto que orienta a la persona que la está teniendo; desenvuelve un modo de ser “inmaterializado” (Seth, 72), un modo propio ineludible determinado en una estructura cerebral que se define por todas las demás partes que ahí interactúan. Desde luego, este modo de ser inmaterializado nadie lo percibe a simple vista, y, en tal sentido, es una actividad imprescindible para la integración de lo interior con lo externo y de lo externo con lo interior.

En esta integración destella la IA: lógica y físicamente son dos cosas diferentes, pero en la coordinación, de ahí la conjunción “y”, la IA es en la biológicamente real lo que es con toda la complejidad algorítmica que hayan podido darle (Cf. Tononi, Eddman, Olaf Sporns, “complejidad neuronal”, en: Seth, 75).

La IA ha ido alcanzando desarrollos cada vez más sofisticados; han tenido la necesidad de afinarla con matemática o imágenes cerebrales mejoradas (Cf. Seth, 76); sin embargo, la inteligencia biológicamente real, no la artificial, he aquí otra razón para la explicación de la conjunción “y”, es la encargada de recalcar el beneficio de los avances, de considerarlos mejor al momento de encajar en la vida humana.

En fin, la inteligencia cerebral da de sí a la artificial.

Éste instituye el último artículo que concreta las dos partes sobre la inteligencia artificial. Los mismos han dejado claro cuál tiene prioridad, y ésta es la inteligencia sentidamente humana. Ella procede de un cerebro que forma un todo dentro de la organización anatomofisiológica de nuestro cuerpo en el cual poseemos una conciencia capaz de elaborar pensamiento.

No considero los avances tecnológicos como el logro máximo de la cultura, sino más bien la humana y especial inteligencia en la cual ha residido la cualidad para descubrir tal logro y desde la cual ése evita ser confundido con una pedagogía de la desigualdad y del cinismo; en fin, la temática de la IA queda en deuda de no darle entrada en ella a quien, como señala Xavier Zubiri, le ha dado al hombre no sólo ideas, sino asimismo la realidad de la cual vive, es decir, el Absolutamente Absoluto, como el mismo filósofo vasco le llama; esto es, Dios.

Un agradecimiento sincero al periodista Leo León por su dedicada labor a la comunicación social y, desde este campo, a tantos otros ámbitos de la sociedad. La inquietud —pienso sea la de todo escritor, comprobado en los distintos autores citados en cada artículo—, radica en poder facilitar un aporte, si no perfecto, sí útil, con el cual abrir nuevas perspectivas y defender sin titubeos la dignidad de la persona humana.

Bibliografía:

Popper, K.R., La sociedad abierta y sus enemigos, ed. Eduardo Loedel, PAIDOS, Barcelona, 2021, 809.

Seht, Anil, La creación del yo. Una nueva ciencia de la conciencia, ed. Albino S. Mosquera, Edit. Sexto Piso, Madrid, 2023, 398.

Pbro. Horacio R. Carrero C.

10-03-24