Al otro lado del puente: En nuestras manos

Dr. Anderzon Medina Roa…

La capacidad de constante reflexión sobre nosotros mismos y el entorno, que nos caracteriza como especie, es algo que no debemos dejar de lado. De esta interacción es que deriva nuestro día a día, el que se alimenta de lo que comprendemos del mundo y nuestro lugar en él. En esa constante reflexión sobre nosotros mismos, sabemos que somos seres biológicos (nacemos, vivimos, morimos), somos seres sociales (nos organizamos en grupos más grandes que la familia, construimos ciudades, formamos naciones), somos seres históricos (inculcamos los valores tradicionales, culturales, familiares de generación en generación) y todas estas formas de ser suman al hecho de que también somos seres narrativos. Es decir, como miembros de un todo, organizamos el mundo en historias, en narraciones, para comprenderlo mejor.

Las narraciones son nuestra forma de andar en la cotidianidad, una manera de organizar ese todo diario tanto a nivel más inmediato como en aspectos más generales que afectan el día a día. Ideas sobre familia, religión, nación (política) y conocimiento las organizamos en forma de narraciones, historias a través de las que podemos comprender lo que ocurre, quiénes participan y qué rol tienen en aquello que ocurre, cuándo o desde cuándo ocurre, dónde, cómo es que ocurre y no menos importante, por qué ocurre lo que ocurre. Como especie, hemos conseguido varias formas de responder estas preguntas para generar las certezas necesarias que nos alejen del temor que nos genera la incertidumbre.

La religión es una de las primeras formas de buscar respuestas que generen cierto confort en el día a día, pero de esta podríamos decir que transfiere a otro, las responsabilidades y el control de aquello que nos ocurre; a una entidad superior, lo que nos deja con la convicción de que no es mucho lo que esté en nuestras manos, porque, frente a la perfección, ¿qué podemos hacer los seres imperfectos? Por otra parte, esto es un buen caldo de cultivo para cierta forma de hacer política, de organizar naciones en la que otro poderoso y con recursos ofrece hacerse cargo del bienestar general, dejando al individuo (a los individuos) convencido de su incapacidad de tomar las decisiones importantes para su día a día, decisiones que marcan la ruta a seguir para un futuro.

Podemos acordar que esas historias son cotidianas y particularmente conocidas para nosotros los latinoamericanos. La impronta religiosa y la historia de caudillos se alimentan mutuamente en nuestras tradiciones y culturas de generación en generación, dando paso a formas de ver y comprender el mundo, la justicia, el poder, la política que impregnan nuestro comportamiento individual a través de las narraciones diarias que construimos mientras conversamos con los habitantes de nuestro pequeño mundo. Narrativas, historias en las que resalta aquello que hace que veamos el mundo solo en opuestos, que lo organicemos en torno a diálogos sordos y gastados respecto tener o no tener razón, respecto a conseguir la solución; esto logra el gran cometido de mantenernos entretenidos. Pensemos solo como ejercicio en alguna conversación respecto a la existencia de un ser supremo y la manera correcta de interpretar sus escrituras, o alguna conversación respecto a política de izquierdas o derechas. Quizá un resultado común en esas conversaciones es que cada quien mantiene el mismo punto de vista que tenía al iniciar.

Esto me hace pensar sobre la narrativa respecto al conocimiento, a cómo lo construimos y a cuán relevante es esto para el día a día, para que cada uno llegue a comprender las trampas culturales cotidianas y la necesidad de no dejar dormir la capacidad constante de reflexión sobre nosotros mismos y el entorno, de la que hablo más arriba. Hacernos conscientes de que pensar en opuestos, dejar a otro las decisiones respecto a nuestro devenir, distraernos en discusiones infértiles (con la oculta convicción de que nada importa porque nada podemos hacer) es exactamente lo que hacemos y que si queremos cambiar en alguna medida la realidad que nos da contexto, continuar y reafirmar con esas narrativas no lo logrará. Son necesarias entonces narrativas respecto al conocimiento y su relevancia cotidiana, fomentadas a través de todo medio posible, apuntando que parte de nuestra naturaleza es aprender, conocer, cuestionar y conseguir mejores formas de dialogar en el día a día en las que el poder de decisión esté en manos cada individuo. Necesitamos mejores narrativas para contar y comprender nuestro mundo, y esto está en nuestras manos.

Prof. ASOCIADO de la Universidad de Los Andes

@medina_anderzon