comunicArte: Luciano, el último Divo!

Opera star Luciano Pavarotti is seen in 1979. (AP Photo)

¡Saludos Amigos!

Aquellos que me siguen cada domingo conocen ahora mis gustos musicales, o digamos, pueden adivinar lo que me hace vibrar en la música. El canto en sus diferentes expresiones se vuelve de manera regular, casi permanente. ¡Es la verdad y lo asumo perfectamente! ¿Pero, por qué?

En su libro de recuerdos “No música sin amor”, el famoso director de orquesta austriaco, Josef Krips (que asumió la reapertura de la Opera de Viena al final de la segunda guerra mundial) escribe que lo fundamental en la música es la respiración, el soplo, esta presencia divina en el alma humana. ¡Una orquesta no debe tocar, sino más bien cantar! No se trata de algo mecánico, sino de la vida, de la respiración que llevamos a cada frase musical, a cada nota. A partir de un pentagrama y de algo muerto, el director de orquesta tiene la alta misión de dar vida a este código caligráfico a través de su canto interior, de su respiración intima. ¡Para Krips, hacer música significaba cantar! En esta filosofía de la dirección de orquesta, de la música, me reconozco totalmente. Es mi obsesión y la razón por la cual nunca abandoné el canto (a pesar de mi actividad de clarinetista) después de mis primeros pasos en un coro de niños cuando contaba siete u ocho años. Es algo que marcó mi vida para el resto de mi existencia y, sobre todo, algo que me abrió el alma, mi conciencia de ser humano.

Por otro lado, el arte de cantar es la marca de fábrica de los grandes artistas, el genio de los grandes instrumentistas, como por ejemplo los pianistas. De hecho, mecánicamente, el piano solo es un instrumento de percusión: unos martillos golpean las cuerdas. Pero, los grandes intérpretes, como por ejemplo Arturo Michelangelo, Claudio Arrau, Daniel Baremboim, nos hacen olvidar esta sensación de percusión a veces agresiva y, al contrario, gracias a la suavidad de su toque, a la sensualidad y la caricia de sus dedos en la profundidad del teclado, nos ofrecen la ilusión de un canto inefable suspendido en el hilo de lo efímero.

Pero, obviamente, nada puede remplazar la magia de una voz humana, sobre todo una voz angélica, de una dulzura y suavidad sumamente emotiva, como era la de Luciano Pavarotti. ¡Un crítico americano escribió que “Dios había acariciado las cuerdas vocales de Luciano a su nacimiento” … Bella y poética imagen que ilustra el don de Dios, el soplo de Dios que se expresa a través de este instrumento, el único invisible!

En 2017, celebramos el décimo aniversario de la muerte de Pavarotti, fallecido el 6 de septiembre de 2007 en su ciudad natal, Módena Italia, a causa de cáncer de páncreas. El legendario director de orquesta, Carlos Kleiber, lo más carismático del siglo XX sin ninguna duda, hablaba de Luciano en estos términos: “Cuando Luciano Pavarotti canta, el sol se despierta en el techo del mundo” …

Hoy en día, Pavarotti pertenece, por la eternidad, a este grupo restringido de estrellas, de Divos, que han iluminado el mundo del canto, el mundo del canto lírico, a semejanza del famoso tenor de principio del siglo XX, Enrico Caruso o de la soprano griega mítica del siglo XX, La María Callas. Pavarotti era un Divo absoluto. Pero, no solamente en términos de marketing, de gloria popular, de fenómeno mediático, dado que fue el primer cantante lírico que luchó para abrir el mundo de la ópera muy cerrado y conservador (¡hay que reconocerlo!) a todos los públicos, incluso, a los más populares. ¡Todo el mundo recuerda su concierto memorable en el “Madison Square Garden” frente a cien mil espectadores o el del “Central Park” en Nueva York, en 1993, delante de quinientas mil personas! Sin olvidar el famoso concierto de los tres tenores (con Domingo y Carreras) en las termas de Caracalla en Roma, difundido delante de millones de espectadores del mundo entero, gracias a la transmisión en vivo por la televisión.

No, Luciano Pavarotti era mucho más que este fenómeno popular, cuya silueta de gran “peluche” simpática y cariñosa jugaba un rol preponderante en la relación sumamente fiel que supo mantener con su público querido. Pavarotti recibió de las manos de Dios una voz hermosísima y sumamente melodiosa. Pero, lo que hacia la diferencia con los demás era su arte, podría decirse, el arte de su artesanía.

Luciano fue reconocido por su voz natural, sin ningún esfuerzo. ¡Pero solo es una ilusión! Ante todo, Pavarotti tuvo la suerte de estudiar (y estudio toda su vida) con dos maestros que le enseñaron las bases estrictas del arte del famoso “Bel canto”, una disciplina vocal sumamente exigente, casi atlética, que le dio una emisión vocal de una perfección asombrosa, que supone horas y años de labor dura y una humildad total ante un instrumento tan frágil. A un joven tenor que le pedía los secretos de su técnica tan perfecta, Pavarotti tuvo esta respuesta muy humilde: “Hago lo que me enseñaron mis profesores, trato de producir sonidos muy redondos en forma de catedral” …

“Gracias a la pureza de su timbre, capaz de dar los rayos solarios de la juventud, así como los reflejos lunarios de la melancolía” (Cf. Rodolfo Celletti) la voz de Pavarotti se ha convertido en una de las más luminosa y suave de la historia del canto, una voz que, hoy en día, sigue ofreciéndonos una alegría de vivir incomparable, un pedazo de luz celestial…

¡Hasta luego!

Christophe Talmont

Director musical

Orquesta Sinfónica de la Universidad de los Andes

Young Luciano Pavarotti La Boheme Che gelida manina 29:

https://youtu.be/6dxWA2vqv7U

Luciano Pavarotti – Montreal – 1978 – Agnus Dei (Georges Bizet)

https://youtu.be/GwXy-J0j-j4

Luciano Pavarotti. 1987. Nessun dorma. Madison Square Garden. New York

https://youtu.be/N6wFxG2q8-w

Luciano Pavarotti. 1987. O sole mio. Madison Square Garden. New York

https://youtu.be/F5q7113ACWA