Con fundamento: Semana Santa: una semana de tres días

Por: Bernardo Moncada Cárdenas…

Cierta prensa nos ha habituado a conocer los días que siguen al Domingo de Ramos como “Semana Mayor”. Así evitan indicar el compromiso cristiano que dio origen a ese asueto, aunque, sin ese fondo religioso, ¿qué justifica hacerla “mayor”?

Pero la Semana Santa no pierde, por más piruetas mediáticas que lo intenten, ese sentido profundo que subraya, en los tres días que llamamos Triduo Pascual, la conmemoración del sacrificio que dio origen al mundo en que vivimos. Jueves, Viernes Santo, y Sábado Vigilia de Pascua, extienden la memoria de aquella hazaña increíble, a lo que previamente se escenifica entre Domingo de Ramos y Miércoles del Nazareno.

Son siete días en los cuales los fieles dejamos de lado ese complejo moderno de Iglesia de catacumbas, la vergüenza de llevar la cruz en la frente en un mundo que parece desterrar el escándalo de cruz y resurrección, imponiendo la sarcástica corona de espinas en la cabeza de los creyentes. Son días cuando caminamos con palmas, seguimos los Vía Crucis, y vamos en procesión con el Nazareno, al abierto.

Para muchos, son sólo días de holgura y descanso, para otros, son un tiempo que no puede interrumpir el trabajo, por lucro o deber. En cambio, para millones de cristianos, católicos o no, esos días tienen la virtud de sacar los Evangelios de su papel de lecturas rutinarias, repetidas y comentadas día tras día por curas y pastores.

En esos días los Evangelios se viven, alegran, admiran, conmueven hasta el dolor, y la Palabra deja de ser palabras, el Verbo hecho carne se muestra entre nosotros, como se mostró encarando ya a sus enemigos durante aquella subida a Jerusalén. La Pasión apasiona; tal como se vive en Semana Santa, la Pasión impresiona e incita a la conversión.

Bien lo decía Benedicto XVI en su homilía del Domingo de Ramos 2007: «si las pruebas que Dios te da de su existencia en la creación no logran abrirte a él; si la palabra de la Escritura y el mensaje de la Iglesia te dejan indiferente, entonces mírame a mí, al Dios que sufre por ti, que personalmente padece contigo; mira que sufro por amor a ti y ábrete a mí, tu Señor y tu Dios.»

Ese Jesús que camina entre nosotros en esa Semana, particularmente, nos “mueve el piso” por su empeño en igualarse a nosotros hasta en el sufrimiento extremo, incluyendo la intensa soledad que vive el alma alejada de Dios. (Él no puede abandonar al Padre, como muchos lo abandonan, entonces el Padre lo abandona a Él): “Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?” palabras que comenta magistralmente el Papa Francisco en su homilía de Domingo de Ramos, 2023:

«Este es el sufrimiento más lacerante, es el sufrimiento del espíritu; en la hora más trágica, Jesús experimenta el abandono de Dios. Nunca antes había llamado al Padre con el nombre genérico de Dios. Para transmitirnos la fuerza de aquel acontecimiento, el Evangelio indica la frase también en arameo; es la única, entre las pronunciadas por Jesús en la cruz, que nos llega en la lengua original.»

Esos tres días que se hacen semanas nos ponen, paradójicamente, frente a la muerte preparándonos para una verdadera vida, una existencia con certeza de su propio sentido, más allá de cualquier impedimento, un llamado que nos pone en marcha, sacudidos, felices de caminar con la esperanza de un destino que no desilusiona, que nunca se apaga.  «Una de las primeras cosas que me persuadieron del cristianismo fue la consideración que tenía por la felicidad. -y continúa L Giussani- Es dificilísimo encontrar personas que hablen en serio de la felicidad.»

Que esos tres días -seas o no creyente- te conmuevan, y se extiendan no solamente a una semana, sino a toda tu vida.