El último artículo, —éste es el cuarto de esta primera tanda sobre la inteligencia artificial—, resaltó la siguiente idea: la inteligencia artificial, el aparato simplificado por una inteligencia humana, no da fe de que piensa lo que dice. Es decir, ello no consiste en afirmar que los aparatos altamente tecnificados tienen menos inteligencia que los hombres, sino que natural y formalmente no tienen ninguna, aunque algunas funciones de la inteligencia pueden ser duplicadas tan bien por las máquinas (Cf. DESCARTES, R., «Quinta parte», Discurso, 55-65).
Sin embargo, aun cuando hay distintos aparatos, teléfonos, computadoras, corta césped, aspiradora, etc., los cuales en sus sistemas demuestran mayor precisión que en el hombre, observamos que los mismos realizan ninguna en muchas otras, «un reloj –explica Descartes– compuesto sólo de ruedas y resortes, puede contar las horas y medir el tiempo más exactamente que nosotros con toda nuestra prudencia» (Ib., 66), no obstante, aun así es exagerado imaginar que la inteligencia atribuida a lo artificial es de la misma naturaleza intelectual que la del hombre de carne y hueso. Por ende, este renglón busca la claridad respecto de las ventajas y desventajas de la inteligencia artificial.
Este nombre, sin ceder a ningún desprecio, es puramente un calificativo a la inteligencia, y, a pesar de ello, recuerda al hombre que cuanto sabe de tal adjetivo no es sino un preludio a cuanto le queda por averiguar; y en esto el rol de la inteligencia humana es clave (CF. POPPER, K.R., La sociedad abierta, 39), pues es ella quien comienza por donde otros han terminado, teniendo así la posibilidad de llegar más allá de donde puede llegar, lo cual no procede de otro origen sino de la inteligencia cerebral misma. De hecho, es justamente la inteligencia la que viendo el universo y los distintos elementos que lo integran, terrestres, marítimos, celestes, etc., así como los principios que los rigen, cuestiona qué puede derivar de ellos en varias diferentes maneras, y cómo en éstas mostrar en general el bien de los hombres.
En efecto, lo artificial no surge como algo enteramente imprevisto, y en este no llegar de imprevisto observamos que, «el que aprende de otro una cosa, no es posible que la conciba y la haga suya tan plenamente como el que la inventa» (DESCARTES, R., «Sexta parte», Discurso, 72). Esto es, el adelanto en la ciencia y en la técnica, no basta solo a un hombre o a un país el hacerlo todo; pues, cuanto puede servir, cooperar diligentemente con la humanidad, requiere el tiempo inteligente y suficientemente necesario para seleccionarlo, y, de este modo, no presumir de entender y prometer cosas extraordinarias.
Sin duda, la extravagancia aparta la normalidad de los progresos que se esperan realizar en la ciencia y en la técnica; y este apartar establece como norma que tales progresos pueden incluir en su empleo a unos y excluir a otros. Por ende, no es lo mismo buscar el alivio del hombre con la ayuda científica y técnica que ilusionarle con la mitología de cosas extraordinarias; de hecho, a continuación ya presentamos las ventajas y desventajas de la inteligencia artificial.
La primera ventaja descubre esta pregunta: ¿cómo construyó y construye el hombre la denominada inteligencia artificial? Haciendo estar lo que permanece necesariamente, su inteligencia, en lo que decididamente tiene mucho que ver. Por ejemplo, la culpa existencial, vinculada al hombre, no es exigencia del dispositivo, pues éste no introduce al hombre en el simulacro en relación a ella.
Un aparato, e indico de este modo otro ejemplo, controlado por un sistema computacional ayuda a ver al interior del cuerpo humano hasta donde el ojo del médico no puede llegar, y, aun así, el lenguaje computarizado, los resultados arrojados por el artefacto sobre tal parte interna del cuerpo, dejan en un ser instaurado en el presente, el médico, una condición radicalmente distinta, ya que a su razón, a su pericia, la eficacia de tales resultados no le es inaccesible e inimaginable. En realidad, al dispositivo el médico no le puede pedir más, pero a la ciencia dominada por él en la palabra y escritura de los resultados presentados en el examen, le atañe abordarlos e informarlos con sensatez.
La segunda ventaja es que, la inteligencia humana y la artificial son incambiables e insustituibles una respecto a la otra; es decir, entre ambas inteligencias hay una relación estructural, mas cada cual con un determinado avance; pero, la inteligencia artificial al ser descompuesta en su estructura, tienen la ventaja de volverla a recomponer según planos, diseños; en cambio, al ocurrirle ello a la inteligencia fruto del cerebro humano, no vuelve a ser tal y como acontece en él, porque el proceso en el que va llegando a ser inteligencia es ineludible, irrepetible, al formar parte de la entereza (Zubiri habla de formalidad) del propio tejido celular, neuronal (Inteligencia sentiente, 73-78 y Espacio. Tiempo. Materia, 554-562). Realmente, no hay natural, biológica, química, fisiológicamente otro espacio disponible de este modo que pueda permitir la regeneración de la inteligencia tan perfecta y realmente.
La tercera ventaja señala que los dispositivos instrumentales de por sí generan una particularidad: el seguir presentando y alzando a la inteligencia humana en su sentido cabalmente único y original; desde luego, esto subraya la heterogeneidad, dado que, el lenguaje instaurado racionalmente marca la diferencia radical de las cosas entre sí y de ellas en relación al hombre.
Por eso, la misma expresión, inteligencia artificial, ya esclarece que la conversión de equivalencias en identidades, —inteligencia artificial igual a inteligencia humana—, supone la pregunta por la prioridad ontológica de la humana respecto a la procesada mecánicamente. La humana, de hecho y de derecho, puede cuestionar, por ejemplo, el vínculo de su vulnerabilidad con una naturaleza instrumental desmesuradamente amenazadora, «frente a la cual sólo el pensamiento aporta un instrumento duradero de protección y control» (JAMESON, Fredric, Teoría de la posmodernid@d, 168). En verdad, ella es la que a este pensamiento de protección y control escolta con mayor benevolencia, haciendo a la vez que ésta resulte teórica y prácticamente comprensible.
La última idea clarea la cuarta ventaja. La inteligencia humana hace que la benevolencia en lo artificial resulte teórica y prácticamente comprensible, pues, tal benevolencia no es sino expresión del hombre inteligente y razonable. Dicho esto, la palabra artificial involucra inevitablemente la participación de la inteligencia vivida, o inteligencia real, perdurando de esta manera un valor genealógico sin el cual el significado de lo artificial brota intermitentemente y luego desaparece; es decir, algunos consideran el modo inteligencia artificial como una equivalencia infinita y, sin embargo, a tal equivalencia conviene precisarle que lo infinito, relacionado a la inteligencia artificial, es infinitamente provisional.
Por supuesto, las voces equivalencia infinita e infinitamente provisional subrayan, para la inteligencia cerebral y la artificial, el adjetivo provisional. Corrientemente ambas son temporales, o sea, infinitas relativamente, y en este sentido, infinito conviene más a la inteligencia cerebral, porque le evita a lo artificial un rotundo fracaso en la fetichización.
A la inteligencia artificial sólo la rehacen genealógicamente; la génesis es el origen, y éste está en la inteligencia humana, por tanto, lo artificial llega a existir pausadamente. De esta manera, ése no degenera en un estereotipo irrealizable, que únicamente refuerza malinterpretaciones. Cierto, el avance tecnológico es amplio, irrevocable, no obstante, la capacidad para funcionar de modo típico en nuevos contextos totalmente imprevisibles, tienen una referencia, la inteligencia exclusivamente humana, con la que esos contextos están más del lado de la verdad que de la fantasía.
Seguidamente, las desventajas ofrecerán nuevas perspectivas racionales a estas cuatro ventajas.
La primera corresponde al lazo entre fantasía y realidad. En este lazo a la inteligencia artificial la consideran como una especie de “nuevo otro” dentro de la sociedad; y que por tal consideración la extienden ahora a todo. Esto abole la primacía del origen del conocimiento, y, por consiguiente, ¿qué está antes, el pensamiento o las producciones técnicas?
De veras, la inteligencia artificial ni siquiera tiene en sí la posibilidad de elaborar por sí misma esa limitada pregunta. Un programa computacional al instante, introduciéndole tal pregunta, elabora una respuesta, pero, al instante no dice algo distinto como hablar sobre cualquier otra cosa.
La segunda desventaja la recalca la voz instante. En la inteligencia, esta realidad temporal, –instante–, marca la aparición misma de una palabra con un contenido presente para analizar, y la mente forcejea de momento con un problema irresoluble; transporta, con el fin de solucionarlo, de un tipo de objeto verbal a otro, trabajando en este esfuerzo lo por solucionar, lo solucionado o lo no solucionado.
A la inteligencia artificial tan matemática, no le cuadra este tipo de funcionalidad. Efectivamente, en ella hay clarificación de significados de términos en un efecto mucho más instantáneo que en la inteligencia cerebral. Pero, el forcejeo, el esfuerzo por poder solventar o no un problema al instante irresoluble, está en la propiedad dialéctica de la inteligencia humana de la cual ella es consciente, igual que lo es del transcurso del tiempo en el que ella se da cuenta si realmente ocurre o no un significado de tal palabra.
La tercera y última desventaja subraya: sólo la inteligencia humana tiene la posibilidad efectiva de la equivocación (cf. ARISTÓTELES, Ética Nicomaquea, IX, 7, 365, 1167b34-35), además de reconocerla o no. El acto de la equivocación implica constitutivamente en la inteligencia su olvido o la moderación del yo pensante: es el hombre, de inteligencia suya, quien genera y garantiza una conceptualización de la equivocación, la reconoce y la revela, o, es quien oculta inmediatamente su procedencia. Por supuesto, en esto no depende del artefacto, porque, su inteligencia le acerca a lo concreto: me he equivocado o no me he equivocado, o eludo el haberme equivocado.
En fin, este artículo representa el final de una primera parte formada por la definición de inteligencia, la clarificación de la palabra artificial, y la atribución de la inteligencia a lo artificial o viceversa, los cuales integran el tema general de esta primera parte denominado la inteligencia artificial; y publicados por el periodista Leo León en comunicacióncontinua.com. Por ende, esta primera parte la concretará una segunda titulada, en las máquinas no hay estímulos siquiera molestos o dañinos.
Bibliografía:
ARISTÓTELES, Ética Nicomaquea. Ética Eudema, ed. Julio Pallí Bonet, GREDOS, Madrid, 1985, 561.
DESCARTES, R., Discurso del método. Meditaciones metafísicas, ed. Manuel García Morente, ESPASA-CALPE, Madrid, 1970, 148.
JAMESON, Fredric, Teoría de la posmodernid@d, ed. Celia Montolío Nicholson y Ramón del Castillo, TROTTA, Madrid, 1998, 340.
POPPER, K.R., La sociedad abierta y sus enemigos, ed. Eduardo Loedel, PAIDOS, Barcelona, 2021, 809.
ZUBIRI, X., Inteligencia sentiente. *Inteligencia y realidad, Alianza, Madrid, 1998, 314. ZUBIRI, X., Espacio. Tiempo. Materia, Alianza, Madrid, 2001, 714.
Enlaces:
https://comunicacioncontinua.com/la-definicion-de-inteligencia-humana/
https://comunicacioncontinua.com/la-clarificacion-de-la-palabra-artificial-ii/
https://comunicacioncontinua.com/la-atribucion-de-la-inteligencia-a-lo-artificial-o-viceversa/
14-01-24
Pbro. Dr. Horacio R. Carrero C.