Razones y pasiones: Apreciaciones

Por: Eleazar Ontiveros Paolini…

No hay la menor duda que la ayuda humanitaria que se está haciendo efectiva por intermedio de la Cruz Roja Internacional, es un paliativo que resolverá por un tiempo breve, aspectos relacionados con la salud del venezolano y el funcionamiento hospitalario. Pero,  un sentimiento de frustración bulle en el cerebro cuando  nos preguntamos ¿Cómo es posible que un país con ingentes  riquezas naturales y con  una población que solo llega a los 30 millones de habitantes, se haya visto en la necesidad de solicitar con ansias, las que surgen de la desesperación, ayudas conformadas por renglones que con el dinero recibido a montones  por  el régimen chavista, se pudieron haber cubierto a plenitud y sin soluciones de continuidad, es decir, de manera permanente? Alguien, en algún momento, debe responder por  tamaño desafuero.

Las contradicciones siguen siendo una constante del régimen. Se permite la ayuda de la Cruz Roja a quien se le negó  participara con su aporte a resolver los desastrosos efectos del deslave de Vargas en 1999. Es bueno hacer este apunte, pues la ayuda era de la Cruz Roja Norteamericana y no del gobierno de ese país, aunque el transporte si sería asumido por este.

Todo lo que pasa en el país, inevitablemente nos refiere a la consideración del despilfarro de los ingresos petroleros, invertidos en mantener la corrupción, ayudar hipócritamente a países para inclinar sus votos en los organismos internacionales, en especial la OEA, y para mantener, con servidumbre de ovejas  a la Revolución Cubana, la cual, a pesar de la obviedad de su rotundo fracaso, se sigue considerando como el ejemplo a seguir  en la búsqueda de una “felicidad” socialista que nadie termina por definir.

En una oportunidad, y viene al caso, oímos a un economista español, palabras más, palabras menos, que la existencia del dorado no era una quimera, pues Venezuela era ciertamente un Dorado; que como tal, con los dólares que había recibido por la renta del petróleo, debería tener sólo autopistas en las vías más importantes, los mejores hospitales de Latinoamérica, las mejores universidades, los mejores liceos, las mejores escuelas, la mejor infraestructura y una producción de tal naturaleza que evitaría la importación  de muchos rubros, en especial los relacionados con la alimentación y la terapéutica médica . Concluía que habiendo sido posible concretar tales logros, la utilización de los recursos a la buena de Dios, repartiendo dádivas improductivas con la consecuente relajación de la dignidad de los venezolanos, y  para mantener la corrupción, habían convertido al Dorado en un estercolero, del cual es difícil salir con propiedad a  mediano plazo

El desgraciado e insólito derrumbe de nuestra sociedad, nos ha llevado a centrar nuestras vidas y relaciones en la reiteración sistemática, cacofónica de las quejas. Efectivamente, la mayoría de conversaciones tiene como tema central  el quejarse por el problema de la luz, del agua; el deterioro de la educación; la imposibilidad del funcionamiento de las universidades; la odisea de conseguir gas doméstico; la inflación; los elevados precios de lo más elemental; la carencia de una dieta más o menos satisfactoria; la falta de vacunas, de pañales; el deterioro de los hospitales; la disminución del turismo por efecto de la falta de gasolina, solo alcanzable después de interminable colas y del deterioro de las carreteras; la falta de transporte  terrestre y aéreo  adecuado y sistemático; la inseguridad; el encerramiento en las casas con carácter carcelario por no poder salir con seguridad a pasear, ir a un cine, al teatro, a sitios de recreación; el encerramiento con rejas de calles y urbanizaciones;  no tener ni siquiera un domingo al mes con que ir a un restaurante con la familia; el bochorno del desaseo y  el deteriore del ornato público; el aumento creciente de los que piden limosna; la triste visión de ver a hombres y mujeres esculcando en la basura a ver que encuentran para comer; la reaparición de enfermedades que ya se habían erradicado; la imposibilidad de comprar un libro dados los precios; la tortura de las colas; la odisea de conseguir medicamentos que para determinadas enfermedades se requieren de manera ininterrumpida;  la deserción del profesorado universitario y del estudiantado imposibilitado  este último de  poder mantenerse si no tienen familia en Mérida; el vandalismo desbordante prevalido de la impunidad; el deterioro de una justicia  sin autonomía, sumisa, etc.

Ese fenómeno, el de centralizar prioritariamente conversación en las quejas, relativamente ha hecho desaparecer la verdadera conversación familiar como encuentro para considerar  la vida en el hogar y las relaciones adecuadas; la reuniones  en las cuales se discutían y cambiaban opiniones sobre los más variados temas y que dejaban siempre algunas enseñanza; las visitas a familias y amigos, venero del intercambio de ideas sobre temas de la vida, de la religión y del trabajo, pues ya no se plantean aspiraciones deseos y proyectos; los encuentros ocasionales que ya no se centran en las reminiscencias y aspiraciones, etc.. Eso y mucho más se va evaporando con intensidad, lo que representa, a nuestro entender, el sumun de la debacle social, es decir, la limitación del quehacer y del intelecto, que constriñe el cerebro a la queja, y reduce parcialmente la consideración consciente de definir con propiedad las soluciones a los problemas que en sociedades pobres de verdad, no se presentan  con la intensidad que vemos en la nuestra.

Algunos hemos optado  por conformar grupos de intercambio de ideas en los cuales se evade  el fenómeno de las quejas,  considerando los más variados temas, incluyendo las razones sociológicas sobre lo que genera las quejas

¡He ahí la miserable revolución! La que busca el empobrecimiento intelectual de los hombres  y su conversión  en objetos, en títeres movidos por los hilos de  una camarilla hegemónica que aspira sostener su poder menguando la capacidad crítica, la disidencia, la calidad de  vida y con ello procurar a como de lugar que el Estado tenga la primera y última palabra en cuando todos  los aspectos  del quehacer social.