comunicArte: Réquiem para Venezuela

¡Saludos Amigos!

En vista de los recientes acontecimientos que ocurrieron en Mérida esta semana (y en todo el país) con los muertos, los heridos y la violencia en general, tuve la duda, durante breves instantes, de si iba a escribir una nueva crónica. Frente al dolor de los que sufren, hablar de arte, de música, quizás podría ser un poco pedante, indecente y sonar como desubicado. Pero, decidí finalmente cumplir mi tarrea, por una razón.

Como francés, mis padres y abuelas (sin olvidar algunos de mis profesores) me contaron más de una vez su experiencia de la segunda guerra mundial, un choque emocional que les marcaron de por vida. ¡Mis padres tenían seis años cuando empezó la guerra, ósea, sus recuerdos son más que precisos, porque la memoria de los niños es sumamente viva, fresca como una esponja! En cuanto a mis profesores (entre ellos, uno salió de un campo de concentración) me narraron la vida musical en Francia durante la ocupación alemana, la vida de las orquestas.

Obviamente, no se trata de comparar la situación de la segunda guerra mundial con la que estamos viviendo en Venezuela. Sin embargo, la amplitud de la crisis que afecta a los venezolanos desde hace mucho tiempo, podría convertirse en una pesadilla si no tuviésemos una ayuda espiritual, una escapatoria, para sobrevivir y resistir al caos social y económico. La música, y el arte de una manera general, no tiene la pretensión de resolver los conflictos y traer la paz. No en absoluto, no es su vocación, su papel. Pero, el arte si puede ayudar a conservar el ánimo, la salud mental, la dignidad y la confianza en el potencial humano que llevamos en nosotros.

¿Y por qué? Por una razón sencilla que jamás debemos olvidar y que mis padres y su generación trataron de no ocultar en los peores momentos de la guerra cuando el rostro de la humanidad había desaparecido totalmente a beneficio de la barbarie mas abyecta. Lo que nos revela la música y el arte es la belleza que vive y duerme en nosotros. Es una llama secreta que nos ilumina, nos eleva, nos enriquece y nos muestra la dimensión sagrada del ser humano, la que va más allá del ego que nos destruye poco a poco. La belleza es nuestro jardín interior que necesita una atención permanente, un encuentro mágico con unas ondas musicales o emociones artísticas que nos conmueven fuertemente y nos fragilizan, es decir, nos revela lo que somos. Y que somos? Solamente una pequeña partícula de energía que puede vibrar y conectarse con las demás, pero, sobre todo, un corazón que espera la revelación de la belleza, puesto que dicha gracia nos cambia la vida, nos hace más humano a través de emociones indecibles.

En su libro “La música despierta el tiempo”, el director de orquesta y pianista argentino, Daniel Baremboim, escribe: “La música posee una fuerza que va más allá de las palabras. Ella tiene el poder de conmovernos, y la sencilla fuerza física del sonido resuena literalmente dentro de nuestro cuerpo hasta que se muere”. Esta sensación física cambia la vida, cambia nuestra actitud, nuestro espíritu. Es un bálsamo que alivia las penas más grandes y, sobre todo, invita a un viaje maravilloso en un mundo de paz, de serenidad, de bienestar con nosotros.

Por lo tanto, decidí escribir estas líneas para no perder la fe, la esperanza, que viven en nosotros y que la emoción musical puede fortalecer. En circunstancias parecidas, me complace recordar la frase maravillosa del gran poeta francés, René Char, que vivió con agudeza los horrores de la segunda guerra: “Es en la oscuridad que hay que creer en la luz” …

La luz, la luz eterna, la que deseamos a aquellos que se dirigen hacia el cielo azul, el silencio eterno… Una obra absolutamente sublime, pura y límpida, nos habla de este paraíso, se trata del Réquiem de Gabriel Fauré (1845/1925), uno de los más grandes compositores franceses, contemporáneo de Claude Debussy que evocaba el domingo pasado, y que fue organista en una iglesia de mi ciudad de nacimiento, Rennes, en Bretaña.

El Réquiem de Fauré (misa católica para los difuntos) es una obra maestra absoluta, que despierta los colores del cielo celestial por espacio de treinta minutos. La mayoría de los grandes Réquiem, como por ejemplo el del italiano Giuseppe Verdi, son unos grandes frescos sonoros que expresan el temor del momento fatal: el juicio final. Con Fauré, al contrario, la parte dramática es casi ausente.

“Así siento la muerte: como un alivio feliz, una aspiración a la felicidad del más allá, más bien que un paso doloroso” decía Fauré. Razón por la cual, esta obra suena como una canción de cuna de la muerte. Todo es luminoso, transparente, a semejanza del dulce “Sanctus”, verdadero claro de luna, y se acaba en la última estación de este viaje celestial, el paraíso (In Paradisum) … oración sumamente suave, con un coro de angelitos que desea la bienvenida a este éter emotivo y límpido, en una tonalidad cristalina de Re mayor.

A todas las víctimas de estos últimos días, deseo dedicar esta obra hermosísima que me hace brotar lágrimas por su pureza, cada vez que la escucho, cada vez que la dirijo.

¡Hasta Luego!

Christophe Talmont

Director Musical

Orquesta Sinfónica de la Universidad de los Andes

 

Gabriel Fauré: Requiem, Op. 48 (Herreweghe, Orchestre des Champs Elysées, La Chapelle Royale)

https://youtu.be/AnShN9XlhOA