La hermenéutica generosa sobre la tecnología

Es innegable que haya insuficiencias lógicas a la hora de desarrollar este tema; sin embargo, la tecnología no es un irresoluto dilema. Pese a todas las protestas lingüísticas en favor o en contra, los precursores tecnológicos han de conservar más claridad en la cercanía de los dedos a los controles, para evitar que todo lo avanzado entre aparatosamente en la intimidad. Por eso, el robot es complejo y el hombre acerca el dedo y la inteligencia al misterio con que lo han envuelto; en efecto, la tecnología no es un irresoluto dilema, pues, la conciencia no está totalmente ausente de su interpretación.

Innegable, al cerebro lo varían los accidentes o intervenciones quirúrgicas. No obstante, el impacto tecnológico sobre él es rutinario, por eso, el cuidado es el de evitar la conversión de personas, sobre todo niños y adolescentes, en seres autómatas, de hecho, algunos andan desorientados, andan irrealmente en ellos mismos.

Por ende, el cerebro proyectado en un robot es incomparable al de un ser humano: en él millones de neuronas da origen a una experiencia consciente. Desde luego, la máquina es inmune al deterioro, mientras es funcional, y de algún modo sirve para siempre (cf.  Seth, A., 2023, 15), pero no existe como un yo o un tú auténtico. En este sentido, la hermenéutica es generosa pero consciente —está y es en el yo consciente— de aquel que empieza siendo alguien: yoidad consciente (cf. Seth, A., 2023, 19), que tiene un modo de ser (cf. Seth, A., 2023, 25-26).

El cerebro tiene imágenes mentales, y el cuerpo que forma sustantividad con aquel siente una emoción. Y todo ello constituye la riqueza de la vida interior. ¿Un robot, aún el más sofisticado, goza de vida interior? No. Ella es toda del hombre, puesto que, con ella prefiere las acciones, controla el comportamiento, fija la extensión, genera el lenguaje, etc. Por supuesto, actualmente no existe obstáculo conceptual para comparaciones fáciles entre mecanismos robóticos y articulación psicoorgánica. No obstante, el relato verbal del hombre hacia sí, es una disposición particular exclusivamente suya (cf. Seht, A., 2023, 29-30; el autor también propone los aportes conexos al asunto del cerebro, la vida interior, la organización psicoorgánica en Th. Nagel, 1974, «¿Cómo es ser murciélago?»; B. Baars, psicólogo, y Stanislas Dehaene; D. Chalmers, filósofo australiano y C. McGinn, también filósofo).

En el funcionalismo (cf. Seht, 2023, 31-32), «la mente y la conciencia son formas de procesamiento de información que los cerebros pueden poner en práctica, pero para la que éstos (los cerebros bilógicos), no resultan estrictamente necesarios» (Seht, A., 2023, 32); es decir, la conciencia para el funcionalismo «se puede simular en un ordenador» (Seht, A., 2023, 32). Ahora, inexorablemente, el computador de ningún modo es consciente en el mismo sentido en que lo es un tú o un yo; pero, hay cosas que son como son, y cognoscitivamente siguen siendo inaccesibles para la mayoría. Desde luego, la razón lógica y la experimentación son maneras de entender la conciencia y el universo, sin embargo, asumiendo lo intelectual con moderada seriedad, reconocimiento específicamente humano, es más lo que ignora la especie que lo que ha descubierto (cf. Colin McGinn, 1989, en: Seht, A., 2023, 35).

Seth habla de los «zombis filosóficos» (cf. Id), es decir, criaturas que no tienen un modo de ser propio, ningún mando interior, ni ninguna experiencia sentida; entonces, pueden remedar esos factores, y ello instituye un espacio del mundo distinguible e indistinguible del propiamente humano, pero en el que no está produciéndose conciencia alguna (cf. Seht, A., 2023, 35-36).

De eso sale la cuestión, ¿puede el hombre de ciencia concebir realmente algo así? Seth Simplemente responde, «se […] está pidiendo que lo que haga, en realidad, es considerar las capacidades y las limitaciones de una ingente red de muchos miles de millones de neuronas y de infinidad de sinapsis (las conexiones interneuronales), por no hablar de las células gliales y los graduantes de neurotransmisores, entre otras exquisiteces neurobiológicas, todo ello empaquetado dentro de un cuerpo que interactúa con un mundo en el que están incluidos otros cerebros inscritos en otros cuerpos» (Seth, A., 2023, 36-37. Ver además la acotación sobre la rojez pp. 38-39).

La cita anterior subraya que la conciencia es como es porque está dada en procesos físicos, reales en el cerebro y en el cuerpo organizado. Ellos generan las experiencias subjetivas específicas (cf. Seth, A., 2023, 38), según las cuales el ser humano define un color –rojo– entre otras experiencias cromáticas. Las experiencias conscientes poseen propiedades y naturaleza propia; por ende, la actividad neuronal hace que las personas tengan a veces una experiencia consciente particular y no las tengan otras veces (cf. Seth, A., 2023, 40-42). En realidad, esta oscilación no ocurre en el robot, pues le han fijado un mapa de imágenes con las que calca la percepción consciente; no así en el hombre, ya que, el conocimiento que consigue por razón natural, «requiere dos cosas: la imagen recibida de los sentidos y la luz natural de la inteligencia, por cuya virtud abstraemos de la imagen el concepto inteligible» (ST I, q. 12, a. 13, ad., 451).

De ahí que, el hombre en el cerebro genera información y la refiere; puede referir que está viendo a lo lejos un árbol o una persona; por eso, determina lo que ocurre en su cerebro y lo aprehendido en la experiencia externa. En efecto, la intuición de una necesidad no es una falta de imaginación, es estar y ser vivo para intuirla, de ninguna manera siendo algún ente sintético; por ende, hay trazos de la tecnología aceptables, pero no la pretensión de las sustituciones, de los remedos humanos, a los que aclaro como una corriente burla, que gran parte de la humanidad ignora, y por esto delira con las sustituciones; entonces, importa juiciosa atención, pues el marido o la esposa pueden llegar a ver en el robot —forma masculina o femenina— un compañero sentimental con el cual compartir el tálamo; es decir, «lo que se considera misterioso ahora podría no serlo siempre» (Seth, A., 2023, 45).

La inteligencia humana, no la artificial, ha ideado las preguntas: «Cómo sucede la conciencia» o «qué es y cómo es que hay conciencia y forma parte del universo» (Seth, A., 2023, 38.45). Por supuesto, un paralelismo lógico y real entre la inteligencia del cerebro biológico y la artificial es imperfecto, pues relacionadas a las dos preguntas cuán conscientes son (cf. Seth, A., 2023, 48).

Subsiguientemente a eso, la solución a tales preguntas no cala sólo en una interrelación para ver la superioridad. No dicen, por ejemplo, que una y otra inteligencia no son más que una cosa, pero, en cada una hay propiedades distintas ajustadas de modos diversos, lo cual ayuda a aventajar la limitadora idea de que la inteligencia es la continuación de la naturaleza o de un simple pedazo de carne viviente (cf. Seth, A., 2023, 47.49-50; el autor cita a Joachin Delencé; respecto a la termodinámica a Ludwig Boltzmann y Lord Kelvin).

Desde luego, la inteligencia está correlacionada con la naturaleza de esta carne humana, y ambas poseen un sí mismo dinámico por el que en unidad transforman algo misterioso en algo comprensible (repasar a Hasok Chang, Inventing Temperature, profesor del University College de Londres en: Seth, A., 2023, 51). Es decir, ella puede convertir lo vago en preciso, por ejemplo, lo incómodo de las reacciones musculares en un estado de normalidad, al que despierta no únicamente por una patología, sino porque está consciente; en este aspecto Tomás de Aquino anota, «sólo el entendimiento que comprende totalmente la causa, es el que puede conocer en ella todos los efectos y sus razones» (ST I, q. 12, a. 8, ad, 433).

En relación con eso, el «pequeño cerebro», parte trasera del córtex, tiene aproximadamente el cuádruple de neuronas (cf. Seth, A., 2023, 54) que el resto del encéfalo, o sea, en ellos hay una energía producida, consumida moviendo al entendimiento, de ningún modo artificialmente, pero constante mientras el organismo vive; así, «no existe sentido alguno en el que se pueda decir que el cerebro “se apaga” cuando la conciencia se desvanece» (Seth, A., 2023, 55, nota 10: Dinuzzo y Nedergaard (2017); además sumar el trabajo de M. Massimini, neurocientífico italiano, y el de G. Tononi, investigador de la conciencia).

A través del cerebro, de las distintas partes, pequeño cerebro, encéfalo, corteza cerebral, regiones corticales, neurona, dendritas, axón, etc., viajan estímulos registrados y extendidos en este espacio y tiempo, e incluso, en lo interno el cerebro responde a irrupciones provenientes del medio externo. Ciertamente, el viviente humano no es consciente de lo que precisamente ahorita están haciendo sus neuronas (cf. Seth, A., 2023, 55-56), pero ha tenido respuestas aunque desvanecidas al instante y siguiendo patrones muy complejos; con todo, «hay diferentes partes del cerebro —y, en particular, del sistema talamocortical— que se intercomunican de maneras mucho más sofisticadas durante los estados conscientes que durante los inconscientes» (Seth, A., 2023, 56-57, nota 11: Ferrarelli et al. 2010; Massimini et al. 2005).

Visto este capítulo, concerniente al tercer artículo de la II parte alusiva al tema, en las máquinas no hay estímulos, siquiera molestos o dañinos, como recomendación a una franca interpretación de lo tecnológico, en conclusión copiaré estos renglones escritos hace más de setecientos años, pero afines al tema en una resonancia indiscutiblemente contemporánea:

«Hugo de San Víctor distingue en su Didascálico, a saber: el arte de la lana, de las armas, de la agricultura, de la caza, de la navegación, de la medicina y del teatro. La suficiencia de esta división puede mostrarse así: toda arte mecánica se ordena al solaz o a la comodidad, a desterrar la tristeza o la indigencia, al provecho o al placer, conforme al verso de Horacio:

“Será del agrado general quien desarrolle con amenidad un asunto útil”» (San Buenaventura, 1964, 643-645).

Bibliografía

San Buenaventura, «Reducción de las ciencias a la Teología», Obras de San Buenaventura, Tomo I, ed. Amoros León O.F.M., BAC, Madrid, 1955, 642-667.

Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Tomo I, ed. R.P. Fr. Raimundo Suárez, O.P., BAC, Madrid, 1947, 1055.

Seth, Anil, La creación del yo. Una nueva ciencia de la conciencia, ed. Albino Santos Mosquera, Sexto Piso, Madrid, 20232, 398.

Muchísimas gracias al periodista Leo León, y a la gestión de la página comunicacioncontinua.com.

Pbro. Dr. Horacio R. Carrero C.

04-02-24