Lo tecnológico es finitamente bueno

El artículo del domingo pasado, en las máquinas no hay estímulos, siquiera molestos o dañinos, marcó el inicio de otra parte de escritos en referencia a la inteligencia artificial. Hoy, gracias al periodista Leo León, en su página comunicacioncontinua.com, dejaré un segundo capítulo referente a tal tema. Al respecto parto de una idea esbozada en el ensayo anterior, o sea, la inteligencia del hombre es finita y, en tal sentido, lo tecnológico es finitamente bueno.

Ahora, el ser finitamente bueno pasa desapercibido cuando la tecnología devora la humanidad, la economía, la psicología, etc., o sólo la defiende para sacarle algún provecho. Obviamente, la tecnología retirada de lo finitamente bueno impele al hombre a calificar su existencia inevitablemente carencial, y, por ende, conflictiva (cf. Torres, 2011, 128). Desde luego, o la combate, o la elimina, o la vive humanamente y humanamente le busca el equilibrio aún no perfecto. Y con esto el hombre autoafirma su autorrealización (Cf. Torres, 2011, 128-129), cosa que el robot sólo remeda.

La tecnología robótica, etc., interesa exclusivamente al hombre, pues con ella busca el remedio, el bien del semejante y de la sociedad. De este modo, no conviene negar la libertad ni hacer imposible la esperanza, pues, la enfermedad constituye el desafío, y éste mueve a buscar el tratamiento (Torres, 2011, 130). Así, en el diagnóstico ayudado por la tecnología, están los aciertos o desaciertos. No obstante, la máquina no le da al enfermo la atención merecida, porque no es lo mismo mirar al hombre desde el aparato que al hombre desde el hombre. En realidad, la prioridad de hecho y de derecho la tiene él; por consiguiente, lo tecnológico es finitamente bueno, ya que está limitado a afirmar y defender lo humano demasiado humano.

Aquí interpreto la expresión, “humano demasiado humano”. Ella insiste en la búsqueda de una comprensión del hombre cuando anda descarriado en sus solapadas ansias de exaltación. Por supuesto, la tecnología defiende al hombre humanohumano’ ante tal rareza. Pero, esto no es reduccionismo tecnológico, cuando la tecnología afirma la existencia humana, y cuando ésta no niega el origen de aquella: en lo humano.

Pecar de ingenuos sería ignorar fácilmente el manejo de las computadoras, los teléfonos, los robots, etc., forjando eso cual pre-juicio para justificar críticas descomunales. Lo nuevo hoy no es inservible, lo inservible es la transformación del hombre, de la naturaleza, en algo obsoleto y defectuoso. Desde luego, esto no ha de relegarse a lo indiscutible, o a la expresión: no es tan evidente como parece.

El rechazo airado (cf. Torres, 2011, 137), tecnología inservible, no es la solución, más bien conviene la capacidad suficiente de autocrítica: una crítica del hombre puesto ante sí, desde la cual pregunta qué está hurtándole a la vida él mismo, y no qué está haciendo lo tecnológico al respecto. Obviamente, lo tecnológico es ocasión, incluso privilegiada, de acceso a lo más humano, a «humanizar sistemas y estructuras» (Juan Pablo II, 1979, 21). Sin embargo, ya está privado de sentido cuando el hombre programa el teléfono para enviarle a tal hora un te quiero, te extraño, a su mamá, su novia o esposa.

De este modo, ensombrece y amenaza con una maquinización que subraya aún más su foraneidad en relación con las cosas humanas. Así, lo tecnológico se hace indiferente a sus esperanzas y a sus sufrimientos (Torres, 2011, 138-139), quedando a la vez bajo los escombros de un universo en ruinas, porque lo que queda anulado ya no atañe a los intereses del hombre. Y ante esto el viviente humano no sólo parece desear ser, sino que es consciente.

El contexto de la era electrónica ha de impulsar esto: la esperanza de que la injusticia atravesada por las pequeñas y grandes ciudades no sea la última palabra; que el hombre no esté perfeccionándose como verdugo sofisticado con la tecnología cual precursora de tal eventualidad. La realidad humana llega al estrés por lo brutal cuando, con el aporte automático, la están desesperando aún más. Afirmar que lo que no corre como la computadora no existe o es necesario apartarlo, genera un utensilio domesticado, egoísta, insensible e insolidario. En realidad lo están convirtiendo en un verdugo, porque recurren a la necesidad de la tecnología para re-fundar su sabiduría humana.

Las cosas humanas han llegado a interpretarse de otra manera, pero de ningún modo han de dar por supuesta una concepción vaga de ellas, pues en el mundo imponen una peculiar situación inexorable (cf. Torres, 160-161); por ejemplo, «si alguien entrara en una casa y ve a la madre a la cabecera de un niño que gime atormentado por la enfermedad, no precisa ningún silogismo para saber que si eso sucede, no es porque la madre lo quiera o lo permita» (Torres, 2011, 160).

Es decir, la comprensión, el amor, no necesita de un silogismo para poder expresarlo; a una máquina, celular, robot, no le exigen tales sentimientos, sino únicamente al hombre. Estos sentimientos los encubren en el aparato por otros motivos: la tendencia a demostrar indistintamente dominio y poder intelectual, indudablemente, también político. El niño sufre, la madre no puede evitarlo; no obstante, este sentimiento es humanamente insustituible. No tiene parangón en una lógica abstracta de algoritmos y silogismos; esto coopera, mas, la expresión radical de tal sentimiento consiste en una lógica cordial, vital (cf. Torres, 2011, 159.161-162, nota 12: R. Ammicht-Quinn, Von Lissabon bis Auschwitz. Zum Paradigmawechsel in der Theodizeefrage, Freiburg Br., 1992, 27-51).

En verdad, no a la condena del progreso tecnológico; sí a una hermenéutica juiciosa que comprenda cómo posibilita, según una estructura lógica —cordial y clara—, una mejor clarividencia entre la razón teorética y la razón práctica (Torres, 163); es decir, del equilibrio entre palabras y acciones.

Bibliografía

Aa. Vv., «Discurso inaugural pronunciado en el Seminario Palafoxiano de Puebla de los Ángeles, México. 28-01-1979», PUEBLA. La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina, Trípode, Caracas, 1995, 21-47.

Torres Queiruga, Andrés, Repensar el mal. De la ponerología a la teodicea, TROTTA, Madrid, 2011, 372.

https://comunicacioncontinua.com/en-las-maquinas-no-hay-estimulos-siquiera-molestos-o-daninos-ii/

28-01-24

Pbro. Dr. Horacio R. Carrero C.